El peor de los fracasos es no querer aprender nada de ellos. Y tengo para mí que la última concentración-protesta de la Mesa del Ferrocarril sentó cátedra en algunos aspectos de los que conviene extraer conclusiones. Como todos ustedes pudieron ver, la cita del pasado viernes se saldó con un ridículo saldo de asistentes que apenas daba para sostener debidamente las pancartas, habida cuenta de la ausencia de cargos del PSOE almeriense, que exhibieron un nivel de indignidad política directamente proporcional al terror insuperable que les infunde la mera posibilidad de contrariar a la estructura de mando del PSOE. Y es que eso de partirse el pecho y dejarse la voz reclamando (y con razón) mejores trenes para Almería cuando gobierna el PP y ponerse de perfil cuando los que gobiernan son ellas y ellos, radiografía la ética y la estética de un colectivo con vocación y prestaciones de barra brava. Y es que ni tan siquiera tuvieron el gesto, como hacía el PP, de compartir manifestación guardando las formas. Por otro lado está la nueva demostración de irrelevancia de una Mesa del Ferrocarril que, carente del patrocinio socialista, rivaliza en notoriedad y trascendencia con la admirable asociación de Amigos de la Patata Frita. El sectario empeño de sus creadores por convertirla en un elemento de agitación política contra el PP antes que en un verdadero movimiento social, ha conseguido impregnar una justísima y necesaria voz de un acento tan partidista, que finalmente se ha ganado a pulmón la indiferencia de una sociedad poco proclive a seguir el rebufo de las siglas. Intentar hacer de la política el motor de una reclamación social tan imprescindible como mejorar el servicio ferroviario de Almería, es un error fundacional que ha acabado desactivando un impulso tristemente necesario en nuestra provincia. Y aún puede ser peor: puede que no quieran aprender de esto.
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