Pronósticos, debates y previsiones

A medida que pasan los años y veo cómo evolucionan los acontecimientos electorales en Almería, Andalucía y España, empiezo a pensar seriamente en recuperar el viejo sistema de despanzurrar una oca y orientar los pronósticos en función del tamaño y color de sus vísceras. Sé que es poco científico, pero los romanos lo hacían y ahí sigue como si nada el acueducto de Segovia. Y en el peor de los casos siempre podríamos hacer un poco de paté, cosa más reconfortante y provechosa que las sesudas explicaciones del experto en demoscopia que el mes anterior había asegurado exactamente lo contrario de lo que finalmente sucede. Y para las autonómicas de diciembre, los pronósticos electorales coinciden en la imposibilidad de una mayoría absoluta y en la formación de dos bloques de intención de voto que, mal que bien, podrían llegar a sumar una mayoría suficiente para gobernar la Junta de Andalucía. Tampoco hay que ser un experto para prever un panorama así. El primer debate televisado (algo monótono, quizás, para una audiencia acostumbrada a las discusiones televisivas entre bailaputas y estarlettes del somier) dejó claro que las opciones de gobierno son dos: o bien una alianza entre PSOE y Podemos o la suma de PP y Ciudadanos. Y tampoco es necesario destripar nada para saber que la primera de las uniones nos aportaría el “coupage” resultante de sumar, a lo ya conocido del susanismo, el peaje estético del populismo más extremo. Una versión corregida y aumentada de ese gobierno andaluz de PSOE e IU que acabó exteriorizando su mutua animadversión en una gestión irrelevante. La segunda opción está aún por ver, porque nunca han tenido la responsabilidad de gobernar Andalucía ni en solitario, ni en compañía. Y no se sabe cómo es un melón antes de catarlo, pero parece muy difícil que ofrezca un resultado capaz de empeorar el balance general de un escenario político que, según el CIS del gobierno Sánchez, desea ser cambiado por el 58,5% de los andaluces. Ahí lo dejo.