T odos los miércoles se producen en el Congreso de los Diputados debates de alta tensión. Pero el de este miércoles ha sobrepasado todos los límites, hasta el punto de que la presidenta de la cámara, Ana Pastor, ha tenido que expulsar al diputado de ERC Gabriel Rufián tras ser advertido en tres ocasiones y hacer caso omiso a las llamadas de atención. Rufián preguntaba al ministro de Exteriores por la gestión de su departamento, pero aprovechando la circunstancia, ha llamado fascistas a los diputados de Ciudadanos, ha tildado a Borrell de hooligan y le ha dicho que es "el ministro más indigno de la democracia". Al abandonar el hemiciclo, los ocho compañeros de grupo le han seguido y uno, según la versión de Borrell, le ha escupido.
No es Rufián el primero ni el único parlamentario que ha protagonizado episodios de este tipo en el parlamento, pero sí que es uno de los más reincidentes. Da la sensación de que o su capacidad dialéctica no da para más o que tiene bien medido el coste/beneficio de sus actuaciones y no le importa quedar en evidencia frente a la ciudadanía siempre que consiga un impacto mediático que suele ser muy superior al que le correspondería por representar a su grupo parlamentario. Antes solíamos referirnos a estas disputas entre adultos como peleas de patio de colegio, ofendiendo a nuestros pequeños. Los recreos escolares parecerían Versalles si los comparamos. Si las actitudes que contemplamos con frecuencia en el hemiciclo se extendiesen en nuestra vida cotidiana tendríamos a los cascos azules patrullando nuestras calles.
Tras el encontronazo, la presidenta Ana Pastor se ha dirigido a todos los diputados, al borde de las lágrimas, para recriminarles duramente la sucesión de insultos verbales y faltas de respeto a la presidencia, actitudes que ha calificado de "impresentables". En realidad lo son. Y en sentido estricto también son impresentables quienes las protagonizan. Es decir, los partidos políticos no deberían presentarlos en sus listas electorales, por respeto a sí mismos, por respeto a la institución que se empeñan en enfangar y por respeto a los ciudadanos a los que representan. Aunque no confiamos en que así lo hagan. Bien al contrario, no es infrecuente que las formaciones políticas encumbren a este tipo de personajes a sus portavocías.
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