De un tiempo a esta parte, prácticamente a diario, nos desayunamos con el numero de personas inmigrantes que han llegado a nuestras costas. Sin embargo, nunca sabemos cuantos salen de las costas de Marruecos o Argelia y no sabemos cuantos se quedan en el camino.
En una noticia de Javier Pajarón, hace unos días, nos ofrecía una serie de datos e informaciones bastante elocuentes como que “la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) eleva a 564 la cifra de migrantes que han fallecido o desaparecido en el mar intentando alcanzar las costas españolas.
La Organización de Naciones Unidas (ONU), sitúa la cifra de muertos en 566 personas durante el año 2018 en la ruta migratoria entre Marruecos, Argelia y Andalucía y calcula que solo se recupera el 39 % de los cuerpos de los muertos en la ruta.
La Asociación Pro Derechos Humanos cuantifica en 629 los fallecimientos este año y la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) cifra en alrededor de 600 personas” y añade que el Ministerio del Interior publica cada quince días una estadística sobre la llegada de embarcaciones clandestinas y saltos de la valla de Melilla y Ceuta, sin embargo, no aporta datos sobre quienes mueren por el camino.
Y es que da la sensación que eso importa poco, que mueran o desaparezcan personas inmigrantes alarma menos que los que consiguen llegar, eso si nos alarma.
Estas cifras nos sitúan en una media de que en cada mes mueren 60 personas en nuestra costas, de Cádiz a Almería. Tal vez, seríamos capaces de extrapolar esta situación a otra que pudiera ser que cada mes se estrellase un avión en nuestro país y muriesen 60 pasajeros españoles, en su mayoría. ¿Nos escandalizaría? ¿Nos conmovería? ¿Ocuparía, tal vez varios días las primeras paginas de los diarios e informativos de TV?
Estos 60 que mueren cada mes en el mar, son negros, son de Mali, de Guinea, Senegal o Ghana e incluso de Marruecos o Argelia; pero igualmente tienen padres, muchos tienen también hijos, hermanos, novias y esposas...son personas seres humanos, con rostro con nombre y apellido, personas con corazón.
La gran mayoría de estos fallecidos salieron con sacrificio y con esperanza, se despidieron de sus seres queridos esperando sacarlos de la mala situación en la que se encuentran y se encontraron con la muerte, se truncaron su vidas y con ella todas la esperanzas puestas en ellos.
Y al final ¿en que quedó? Pues quedaron en una tumba sin nombre, en una fosa común, sin adornos, sin saber quienes están allí, a veces un numero o un letrero; “inmigrante de...”
En Tarifa, por ejemplo, hay 40 tumbas sin nombre. Son muchas las personas ahogadas que acaban enterrados en los cementerios de Tarifa, Barbate, Algeciras, San Roque o Ceuta, unos en nichos y otros en fosas comunes, la mayoría sin identificar. Algún identificado que no se puede enviar a su país por los costes que supone y que sus familias no pueden afrontar y en la inmensa mayoría de estos fallecidos ni si quiera se busca la forma para comunicárselo a su familia . Son las tumbas de los sin nombre
Muchas familias, allá en sus países, deducen que su familiar debió morir porque un día salió de su casa y pasado varios meses nada se sabe de él, no han recibido ninguna llamada, tal vez figure en una de esas tumbas que no tienen nombre.
Otros cuerpos, el mar se los traga, los entierra en su fondo y así estamos convirtiendo el Mediterráneo en una gran fosa. Como dice mi madre: “yo no puedo bañarme en una playa pensando en todas las personas que se esta tragando”.
El control de las fronteras solo está sirviendo para que sigan muriendo personas y para alimentar a las mafias que les cobran un dinero que no tienen, para acabar en una segura zozobra.
Hay que abrir vías seguras para llegar a Europa que eviten la muerte.
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