El dulce taller del secreto

José Luis Masegosa
07:00 • 03 dic. 2018

El tiempo desgrana el calendario en una carrera desenfrenada del consumismo que todos los años llega por Navidad. No hay artículo ni producto que, llegado el soniquete navideño, quede fuera de la capacidad devoradora de cualquier hijo de vecino, transformado por estas calendas, merced a una curiosa metamorfosis, en auténtico animal consumista. La tradición ha escrito, tiempo ha, clásicas y familiares tarjetas de visita de una fiesta, en esencia religiosa, pero envuelta en celofán pagano. Un celofán de amplio espectro por el que se traslucen numerosas expresiones y manifestaciones festivas.


Mucho antes de que miremos cómo beben los peces en el río y de que el pino o el abeto compartan nuestro techo, con cierta antelación a que la mula y el buey donen su calor al pesebre, bastante tiempo antes, incluso, de que el neón policromado alumbre nuestras calles y nos asalten con una tentadora relación de décimos de la lotería más vendida de todo el año, antes aún de que el hijo pródigo vuelva a casa como el turrón, mucho antes de que todo este amplio muestrario nos anuncie la fiesta de la Natividad,  nuestras pituitarias han sido presas de un irresistible tufillo a golosinas y nuestros paladares han hecho aguas ante los irresistibles sabores que por estas fechas fustigan despiadadamente nuestra cansinos ojos, prietos de añoranza y preñados de desconcierto. Este diciembre , que de alguna manera también es agosto, huele, como todos, a mazapán, turrones, mantecados,  leche frita….a dulces de siempre, de ayer y de hoy, a dulces bañados con agua bendita por la gracia de las manos de los obradores de conventos y monasterios que guardan legendarias y secretas recetas que nadie ha podido hurtar. Fórmulas pasteleras que se han custodiado de generación en generación por numerosos cenobios,  que han llegado hasta nosotros transformadas en  suculentas especialidades, como los pastelillos de toronja, tocinitos de cielo, pastelitos de gloria y, sobre todo, las yemas del paraíso y los barquitos de ángel, que tan renombre han procurado a distintas comunidades. Sin embargo, no todas estas exquisiteces gozan de los ingredientes y procesos originales, dada la imposibilidad que han encontrado sus divinas manos a la hora de hacerse con la auténtica receta. Tal es el caso de los barquitos o canoas de ángel que ofrecen, aún hoy, algunas de las  comunidades femeninas de la Orden de San Jerónimo.


Semanas atrás, sor Azucena de Jesús, una jerónima importada de Africa, encargada de la portería y de la venta de dulces del monasterio andaluz de Santa Paula, me puso al tanto de los antecedentes del barco de ángel. Según la hermana de piel chocolatada, tan deleitoso dulce es, en realidad, una adulterada copia  de los únicos y auténticos “Pastéis de Belém”, que desde 1837 se fabrican en el establecimiento del mismo nombre que ocupa las instalaciones anexas a la desaparecida refinería de caña de azúcar que había junto al lisboeta Monasterio de los Jerónimos, frente a la Torre de Belém. Si bien, los apetitosos “Pastéis de Belém” son elaborados fielmente por los maestros pasteleros, según la antigua receta originaria del Monasterio, que éstos guardan en el “Taller del secreto”.




Dicho recetario ha sido, desde 1834, cuando fue cerrado el antiguo convento portugués y expulsados el personal  y clero, un codiciado botín que tan sólo la fidelidad cenobítica y casi los secretos de confesión han mantenido a buen recaudo. El descuido del hermano Antonio de Sosa, repostero del convento luso, permitió a Gregorio de Pecha, jerónimo de Yuste, apropiarse de la codiciada fórmula que, posteriormente, quedó mutilada por un incendio que afectó a su celda, donde custodiaba el valioso documento repostero. La incompleta receta llegó a manos de algunas comunidades jerónimas españolas y portuguesas que la han conservado, entre ellas la de Santa Paula, que hoy la presentan bajo la marinera denominación de barco de ángel, un sucedáneo de los exclusivos “Pastéis de Belém”, que a diferencia de éstos, no se consigue en el Taller del secreto. 





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