Del 28-F a la época de Vox

Emilio Ruiz
14:00 • 16 dic. 2018

Uno de los periodistas conductores de programas de difusión nacional que se ha mostrado más beligerante con la posibilidad de que Susana Díaz siguiera rigiendo los destinos de Andalucía ha sido el almeriense Carlos Herrera. Su programa, ‘Herrera en Cope’, tiene nada menos que 2,02 millones de oyentes diarios, solo superado por el ‘Hoy por hoy’, de Pepa Bueno, en la Ser, que supera los 2,7 millones. En Andalucía, su programa también es el segundo más escuchado.


Uno de los monólogos de Herrera que se hicieron virales durante la campaña lo hizo público un par de días antes de las elecciones. El almeriense dio una serie de datos difícilmente refutables: paro del 23 %, ocho puntos más que la media nacional y que en el caso de jóvenes menores de 25 años sube hasta el 46 %; una renta per cápita de PIB por persona de 18.000 y pico euros, cuando la media española es de más de 24.000; de 1986 al 2020 se han destinado a Andalucía 102.700 millones de euros procedentes fondos europeos… “Significa que estamos gobernados por políticas y políticos inadecuados, creadores de amplias bolsas de colectivos subvencionados e incapaces de consagrar el territorio como un provechoso escenario de inversión y desarrollo”, concluía. Herrera consideraba que si se reelegía al PSOE “quien pierde de nuevo es Andalucía”. Por esas mismas fechas el economista José Carlos Díez dibujaba sobre Andalucía un panorama más optimista: al finalizar la dictadura, uno de cada dos andaluces estaba sin escolarizar, uno de cada cuatro era analfabeto, únicamente el 5 % tenía estudios universitarios y solo el 15 % había terminado la secundaria. “Hoy –precisaba- el 25% de los andaluces tienen estudios universitarios y uno de cada dos jóvenes va a la universidad. En 1980 trabajaban 1,6 millones de andaluces, 400.000 en la agricultura. 


En 2018 han superado los tres millones de afiliados a la Seguridad Social y el empleo crece el 3 % anual”. Y añadía Díez que el “crecimiento del empleo en Andalucía desde 1980 supera al promedio de España en 25 puntos porcentuales y dobla el crecimiento del empleo en la Unión Europea. Las exportaciones han pasado de 1.000 millones de euros a 31.000 millones en 2017 superando a Madrid y situándose como segunda comunidad autónoma más exportadora solo superada por Cataluña”. Como se ve, dos escenarios distintos para una misma situación. Ahora que parece que un acuerdo PP-Ciudadanos-Vox va a poner fin a casi cuatro décadas de gobierno socialista es inevitable que, quienes nos encontramos metidos en años, remontemos la memoria al inicio de los 80 para recordar las ilusiones que pusimos en la apertura de una época que creíamos que iba a traer el despegue definitivo para Andalucía. Los datos macroeconómicos dicen lo que dicen, los comenten Carlos Herrera o José Carlos Díez. Pero sí es cierto que la experiencia cotidiana de quienes hemos vivido en esta tierra durante todo este tiempo nos dice que aquellas enormes esperanzas se han visto frustradas en una parte considerable. ¿De verdad que no nos podía haber ido mejor? ¿Está Andalucía condenada a vivir eternamente en el vagón de cola del progreso? ¿Cómo es posible que mientras en 1983 el PIB per cápita en Andalucía era equivalente al 75 % del de España actualmente equivalga al 73,9 %? ¿Es admisible que Andalucía vuelva a situarse en el grupo de las regiones más pobres de Europa (“en desarrollo”, según la denominación de Bruselas), pese a la incorporación de los países del Este?



Ante el cambio que se avecina no vamos a pecar de ilusos. Tampoco es momento de caer en el pesimismo. Los cambios son buenos si ofrecen resultados positivos y son malos si ofrecen resultados negativos. Nada nos hace confiar en que los que vienen lo van a hacer mejor o lo van a hacer peor. Merecen tanto el margen de confianza como el de la duda. Si lo hacen mejor, el cambio habrá merecido la pena. Si lo hacen peor, tendremos que hacer lo mismo que hicieron los castellano-manchegos y los extremeños cuando decidieron poner fin a décadas de gobiernos socialistas: volver, tras cuatro años, a los mismos porque los otros son aún peores. Es la hermosura de la democracia.





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