En el psicoanálisis moderno, la expresión freudiana “matar al padre” es considerada como una metáfora del momento en que los hijos se desligan del entorno paternal y empiezan a ser capaces de valerse por sí mismos para enfrentarse a la vida.
Es cierto que el gran psiquiatra austríaco no podía suponer que llegaría el momento en que los padres estarían locos por “matar a sus hijos” para dejar de tener así la carga doméstica de unos zangolotinos que usan la casa como hotel y cajero automático, pero no nos desviemos hacia consideraciones sociológicas. Lo que vengo a decir es que no recuerdo un caso más notable de supresión del vínculo paternal que el que acaba de protagonizar el Ministro de Fomento, José Luis Ábalos, adentrándose en el intrincado jardín del discurso políticamente correcto para poner a caldo a los aficionados a la caza y a los toros, metiéndoles en el viejo saco de la “España casposa” que de cuando en cuando sacan los pijiprogres, del mismo modo que las marquesas de los seriales sacaban el frasquito de las sales en el umbral del soponcio. Y hay dos cosas que llaman la atención en las declaraciones del ministro. La primera es la manía de buena parte de la izquierda española de no querer asumir que la libertad que predican es para todos y todas y no sólo para ellas y ellos.
Y por otro lado, y vuelvo aquí al tema freudiano, es que José Luis es hijo de Heliodoro Ábalos, “Carbonerito”, novillero de pundonor y empuje que, en una reseña de mayo de 1935 publicada en el “Heraldo de Cuenca”, fue descrito como “un torero que promete por su arte, por su valor y por su deseo siempre visible de satisfacer al respetable”.
Y ese es el problema eterno de los malos toreros y de los políticos irrelevantes: estar dispuestos siempre a satisfacer al público, aunque sea a costa de pegar un bajonazo infame a la propia biografía.
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