Un discurso cívico y positivo

José Ramón Martínez
14:00 • 26 dic. 2018

Reflexionar sobre la política en medio de este griterío mediático de tintes cuartelarios no es nada fácil y más si se quiere hacer a distancia del poder y de la lucha partidista y, no en ese marco de buenos o malos tan habitual. La intolerancia y la intransigencia se han instalado con naturalidad en la vida política. El respeto mutuo, la persuasión crítica, la empatía, la educación, parecen haber desaparecido de nuestro escenario comunicativo, a pesar de su importancia para la convivencia.  

“¿Qué le está pasando a nuestro país…A veces parece que todo se desmorona? La esfera publica está cada vez más polarizada. La democracia liberal necesita ajustes para evitar el tribalismo”. Aunque pueda parecer que son reflexiones sobre la política española, son palabras del profesor americano Jonathan Haidi sobre su país que nos recuerda la necesidad de evitar una vuelta a la naturaleza humana más primitiva.


El nuevo lenguaje político 



La sobreactuación y la hipérbole han entrado de lleno en la retórica política de la mano de las nuevas tecnologías y con ese nuevo universo de las redes sociales. Frases altisonantes y grandilocuentes, mensajes de impacto y zascas llamativas al estilo rufianesco, más propios de formatos acotados al espectáculo y el entretenimiento, que a un debate político riguroso y cívico. Aunque la literatura del odio forma parte de la libertad y hemos de convivir con ella, la democracia necesita un espacio publico de calidad y unos intelectuales comprometidos con sus valores.

Mark Thompson, pensador político de renombre, en su libro ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política?, considera que estamos viviendo una transformación del lenguaje sin precedentes. «Algo va mal en la política y en nuestra forma de debatir. La política se ha crispado, la brecha entre partidos aumenta y los acuerdos disminuyen y la revolución digital no ha hecho más que empeorar el lenguaje público». 



Un relato optimista A pesar de este clima emocional tan pesimista, esta sociedad es mejor que hace cinco años y está más preparada y con más garantías para afrontar su futuro. España es una democracia muy joven y necesita prueba y error para ir avanzando. Habrá que desconfiar de los relatos dramáticos y negativos de tantos agitadores políticos y mediáticos interesados en llamar la atención y en el cuanto peor mejor. 


       En este contexto de degradación de la política democrática, hay que destacar como la sociedad civil española ha respondido a las dificultades de forma admirable con el trabajo honesto de millones de españoles que luchan por un país mejor. La cita del escritor Amin Maalouf: “cómo convertir nuestras diferencias en provecho y no en calamidad” me parece acertada para el momento político que atraviesa España. 



Ganar el futuro    Se hace necesario una nueva narrativa para una sociedad plural, capaz de pensar más en clave de reformas y cambios que transformen la sociedad desde la democracia y el progreso. No dejemos que sean los oportunistas ni los demagogos, ni los agresivos, los que dominen el escenario político. No debe olvidarse que la lógica democrática es una lógica inclusiva y ver al otro como enemigo es el camino de la perversión. Debemos recuperar aquel espíritu de reconciliación como hicimos en la Transición y hacer esfuerzos por entendernos más allá del ruido que nos rodea. Ya es hora, por tanto, de restañar las heridas y superar las polarizaciones destructivas. Por un país de todos, reconciliado y en paz. 


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