Estoy convencido de que uno de los nombres más pronunciado y escrito en el año 2019 será el de la juez Isabel Rodríguez Guerola. Falta todavía un detalle, y es que Eduardo Zaplana fallezca en la prisión de Picassent, tal como han anunciado a la magistrada los médicos especialistas, quienes han descrito la enorme gravedad de su estado físico y psíquico, hasta tal punto que en sus momentos de lucidez expresa su deseo de morirse.
La humanitaria y caritativa juez Isabel Rodríguez Guerola parece poner entusiasmo en colaborar con el deseo del investigado -en prisión preventiva, y sin ser juzgado- y ha prohibido esta Nochebuena, no ya que pudiera verle su hija en el hospital, sino que tampoco se acercara el arzobispo de Valencia o el capellán de la cárcel, a quienes se les prohibió entrar en la habitación por orden de la caritativa juez.
La mayoría de los jueces, ante presos juzgados y condenados, si están ingresados en un hospital, permiten visitas diarias de dos horas en lugar de los 45 minutos semanales, pero la compasiva juez aplica el mismo baremo para los presos condenados y sanos que para los enfermos sin juzgar como Eduardo Zaplana.
A muchas personas este ensañamiento con un enfermo les parecerá execrable, producto de una soberbia que llega incluso a la prevaricación, pero puede que sólo sea que la juez haya decidido, por su cuenta, una eutanasia de tipo administrativo, exigiendo su regreso a la cárcel, porque allí es previsible el agravamiento y, por tanto, que deje de sufrir. Y ella sabe algo de enfermedad: estuvo año y medio de baja, sin que dejara de percibir su sueldo completo. Puede que lo que se nos antoja crueldad, sea un detalle misericordioso de Isabel Rodríguez Guerola, un nombre que ya está en la boca de media España.
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