Si no se altera el rumbo de la política nacional, marcado por el impacto del conflicto catalán sobre una empobrecida clase política, iremos hacia un cuarto año perdido en el interés general de la ciudadanía. De ahí cuelgan las otras dos amenazas para la salud del sistema: inestabilidad y populismo. Sin contar las dudas de una Unión Europea moralmente desorientada y tan metida en urnas como nuestro propio país.
Aquí seguimos atenazados por los desafíos insurreccionales del separatismo catalán. La pesadilla de un noventa y cinco por ciento de españoles frente al sueño de un escaso cinco por ciento. Una provocadora aritmética que condiciona hasta la náusea el devenir de la política nacional. De momento centrada en la tramitación de los PGE para 2019 y la posición que finalmente tomarán los 17 escaños catalanes que representan el independentismo en el Congreso de los Diputados.
El vector dominante en los análisis del asunto, valorado como la clave de la continuidad o la disrupción de Pedro Sánchez en la Moncloa, es la división reinante en las filas del independentismo entre partidarios de tramitar e incluso apoyar el proyecto que dentro de unos días presentará el Gobierno como la mejor opción para la causa separatista, y partidarios de impedir como sea que Sánchez saque adelante esos presupuestos, en castigo por la resistencia de Moncloa a colaborar en la demolición del orden constitucional con pasos reales a favor de dicha causa. (Absurdo, pero real como la vida misma).
“La negociación presupuestaria agrieta a los secesionistas”, titulaba este miércoles un diario nacional. Pero la negociación presupuestaria también agrieta a los constitucionalistas, pues tanto PP como Ciudadanos viven de sus destempladas desapacibles acusaciones a Sánchez, al verlo como un gobernante entregado a los separatistas a cambio de seguir en el poder.
En cualquier caso y a la espera de que las urnas vuelvan a repartir cartas (26 de mayo, europeas y territoriales), véase en qué absurda situación se mueve la política española. Camina sobre las arenas movedizas del conflicto catalán, que es un problema alimentado en buena parte por las respectivas fracturas internas de los bandos situados a uno y otro lado de la barricada (independentistas frente a constitucionalistas), con muy lesivos resultados sobre el interés general en Cataluña y en el resto de España.
En resumen, que la política nacional se ha convertido en el ingrávido reino de la confusión. Desde las elecciones del 20 de diciembre de 2015 todo es volátil de un día para otro. Caótico a veces. Excepcional, incierto e imprevisible. Como tengo escrito más de una vez, acabamos de entrar en el cuarto año tonto de nuestra reciente historia.
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Antonio Casado