Hasta la tarde del pasado martes, cuando irrumpió a galope tendido la llamativa lista de exigencias de Vox para cerrar un acuerdo para el futuro Gobierno de Andalucía, uno tenía la sensación de que los de Abascal buscaban en este farragoso y sobreactuado proceso la baza de hacer parecer a Ciudadanos como culpables de un eventual fracaso en las negociaciones. Los regomellos éticos de los anaranjados parecían, hasta ese momento, la última barrera que separaba a los andaluces de la posibilidad de poner punto final a casi cuatro décadas de incompetencia y corrupción institucionalizada por parte del Partido Socialista. Pero el enunciado de condiciones de los dueños de los doce escaños más deseados del arco parlamentario andaluz contenía, junto a una serie de propuestas razonables y legítimamente discutibles, algún llamativo trágala que hacía imposible cualquier atisbo de consenso sensato. Por eso no terminan de entenderse los tonos y los tiempos del famoso documento, que era como meter el Peñón de Gibraltar en el delicado stiletto del necesario acuerdo. Pero no se trata ahora de lanzar las campanas de la alarma al vuelo interesado de los seguidores de Abascal, que disfrutan de lo lindo cuando desde los medios se advierte de los peligros y los riesgos que entrañan las posiciones ideológicas de este recrecido partido. De lo que se trata ahora es de hacer primar el sentido común y la lucidez necesaria para ensamblar una alternativa de gobierno que desbanque a quienes han demostrado con creces su incapacidad de hacer de Andalucía una comunidad de referencia positiva en España y en el resto de Europa. La enorme potencialidad andaluza, liberada del lastre del clientelismo tribal que han propiciado los socialistas durante décadas, se merece la posibilidad de explorar otras vías de gestión y desarrollo. Y aunque los hombres que creen que todo está escrito evitan ser responsables, en Andalucía, afortunadamente, hay mucho que escribir todavía. Seamos responsables.
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