La natural catástrofe del destete

Esta mañana ha habido bollos en las panaderías de Andalucía y los cafés han servido desayunos con normalidad. Usted ha podido comprar tranquilamente LA VOZ DE ALMERIA en su quiosco y los ángeles no han soplado las trompetas del apocalipsis sobre nuestras cabezas. Ni las canales de Padules manan sangre, ni los rebaños mueren fulminados. Las urgencias siguen llenas en los hospitales y las obras de la Casa del Mar, en Pescadería, siguen tan paradas como lo estuvieron durante los últimos años, a excepción de los días que durante la campaña electoral fingieron recuperar su actividad para que los candidatos del PSOE pudieran hacerse allí una foto. Es decir, que aquí no ha pasado nada, o casi nada. Lo que ha sucedido es que Andalucía se ha levantado hoy, por primera vez en su historia, con un presidente no socialista y, sorprendentemente, la vida sigue. Quién lo diría, después de ver las predicciones de la cohorte de sacerdotisas de Baal pastoreadas en autobús a las puertas del Parlamento Andaluz. Por el momento parece que no hay más cataclismos ni más catástrofes que la natural angustia de los colectivos y colectivas que se ven abocados al destete de esa ubérrima e ineficaz Junta de Andalucía gestionada durante casi cuarenta años por el PSOE. Y esa es la raíz de todo el psicodrama escenificado en zonas céntricas de las principales poblaciones andaluzas: el anunciado cierre de los grifos que han regado durante décadas ese latifundio de afines formado por asociaciones, agencias, observatorios y oficinas entregadas a la difusión de las consignas y banderías con las que el PSOE andaluz ha estado presente durante años en las calles, en los medios, en las redes y hasta en las escaleras de vecinos, gracias a una generosísima política de subvenciones sostenidas por el dinero de todos. Dinero que luego no iba a los hospitales, ni a los colegios, ni a las carreteras, ni a la dependencia. Y llámenme loco, pero a lo mejor no es malo poner punto final a todo eso.