Íñigo Errejón se presentará a las elecciones autonómicas para intentar presidir la autonomía bajo la marca Más Madrid, que compartirá con la actual alcaldesa, Manuela Carmena. El dirigente de Podemos no abandona la formación pero lanza un órdago a su dirección reivindicando su independencia frente a quienes querían imponerle sus candidatos. Afirma Errejón que los malos resultados en Andalucía han sido un toque de atención y pretende que esta fusión sea un revulsivo y una nueva forma de hacer política que comparte con Carmena y que resume así: escuchar antes que imponer, compartir antes que enfrentar.
El axioma encierra crítica y el paso dado por Errejón, y el momento escogido para darlo, nos habla de los problemas de una formación política que, cinco años después de su nacimiento, no ha sido capaz de gestionar de manera eficaz el enorme potencial de ilusión política que fue capaz de concitar tras el 15M. Sus luchas internas han dejado notables descosidos territoriales y el distanciamiento entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, en otros tiempos uña y carne, no ha contribuido precisamente a restañar heridas.
Pero fuera de las tensiones internas y del desconcierto que provocan en sus potenciales votantes, esta confluencia entre Manuela Carmena e Íñigo Errejón también nos habla de nuevas formas de hacer política frente a usos establecidos que se dieron por únicos, que configuraron una especie de poder oligopólico que se ha ido disolviendo en los últimos tiempos por deméritos propios y por el castigo de ciudadanos en las urnas. Ellos no serán los primeros. Muchas localidades españolas están gobernadas hoy por formaciones de origen vecinal que surgieron al margen de los grandes partidos y encontraron el apoyo de los ciudadanos. Carmena lo consiguió hace cuatro años en la capital de España. Veremos qué sucede con Errejón.
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