Almería no es el culo del mundo

Durante muchos años, el relato emocional de Almería pivotó sobre dos ejes tan contrapuestos como el inmenso coral de su hermosa bahía y el hosco secarral de los campos de Níjar. Y hay que reconocer que la balanza intelectual de la percepción se decantó hacia el latifundio del pesimismo antes que por el frondoso jardín de la alcazaba de luz y el embrujo andaluz. Todo ese caldo de cultivo generó, especialmente entre quienes más hacían y decían, un catálogo de sensaciones funestas que propiciaron que la descripción de Almería tuviera ribetes de esquela y tono necrológico. Nada de lo que se hacía aquí podía ser bueno, y todo lo que aquí se intentaba chocaba frontalmente con el escepticismo determinista de los que acabaron dando por bueno el halo de malditismo que se había establecido sobre nosotros. Siempre hubo excepciones, claro, pero ese caldo de cultivo propició la generación del conocido discurso fatalista que se resume en las seis palabras que cargan el revólver del suicidio colectivo: “Almería es el culo del mundo”. Y quizás forme parte de la respuesta inconsciente a esa idea, tan errónea a mi juicio, porque lo cierto es que siempre ha habido en Almería gente libre de complejos. Afortunadamente, siempre hubo alguien que pensó que un bancal podría rendir mejor con arena y plásticos, o que una rebanada de pan tostado con una anchoa podría ser una tapa de éxito. Los herederos de esa gente están hoy por todo el mundo. ICC Ingeniería, empresa almeriense, va a desarrollar un proyecto en la ciudad noruega de Bergen, consistente en una especie de ‘escalera’ para peces, cuya funcionalidad será facilitar que las especies de la zona puedan remontar el río Fleslandselva, que debe ser algo así como el Andarax, pero en serio. Ayer, en FITUR, unos ingenieros almerienses presentaron un guante virtual que recrea las sensaciones físicas del buceo. Talento almeriense en estado puro. Pateemos al pesimismo en el lugar donde la espalda pierde su nombre.