Gallia est omnis divisa in partes tres. Así inicia Julio César su famoso libro sobre la invasión romana de las Galias, campo de batalla de mañanas y tardes de traducción fatigosa y reveladora para varias generaciones de estudiantes, que aprendimos en sus páginas cómo se forjó el imperio que legó lengua, cultura y civilización a medio mundo. Y que uno sepa, ni los italianos han ido a Francia a pedir perdón por la invasión romana, ni los franceses se han ofendido hasta el extremo de ocultar a sus escolares que cincuenta y ocho años de cristo un procónsul romano sometió a las tribus galas (aviso a los letraheridos de la LOGSE que lo de Asterix es un tebeo) y plantó el águila romana en una ciudad que se llamó Lutecia y ahora llaman París. Italia y Francia son países razonables que han asumido las luces y sombras de su historia con serenidad y sin complejos tontos. Cosa diferente sucede en España, sobre todo ahora que nos gobierna un ejecutivo dominado por la gestualidad y el ausentismo. Nada de apoyar a los que luchan contra la tiranía que patrocina a sus sostenedores, nada de meterse en incómodas peleas entre taxistas y transportistas y nada de nada en definitiva. La última, quiero decir la más reciente, muestra de esa voluntad evanescente y pusilánime la hemos tenido de la mano de nuestro paisano, el ministro de Cultura, José Guirao, que ha anunciado que el Gobierno renuncia a incluir el 500 aniversario de la llegada de Hernán Cortés a Méjico en su Plan de Acción Cultural Exterior (PACE) porque eso “es un tema complicado”. Eso lo ha dicho el ministro que vino a Almería a pedir ideas sobre el Cable Inglés. Menuda panda ministros y ministras que se avergüenzan de su país, de su bandera y de su historia, arrastrados por el absurdo complejo progre de pensar que el fantasma del felizmente desaparecido franquismo impregna los anales de nuestra historia común. Quien no sabe explicar el pasado, difícilmente podrá gestionar el presente.
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