Fermín Bocos
22:30 • 14 sept. 2011
Gane quien gane las elecciones -al decir de las encuestas será el PP-, antes de Navidad, Rodríguez Zapatero dejará La Moncloa para trasladar su residencia a León. Se despide con más pena que gloria, dejando al PSOE en la peor situación política desde que se restauró la democracia.
Se irá, pero no abandonará la política. Aunque desde el punto de vista de la militancia está amortizado, formalmente sigue siendo el secretario general del partido y -según cuentan las fuentes monclovitas- no tiene intención de resignar el cargo hasta la celebración del próximo congreso; cónclave que si depende de su voluntad, no se anticipará ni tendrá carácter extraordinario. Es una forma de estar en un puesto que, contando con el auxilio de Pepe Blanco, le permitiría controlar la crítica y, en consecuencia, los daños. Todo dependerá del resultado de las elecciones del 20-N porque quien manda hoy en el PSOE es Alfredo Pérez Rubalcaba, el candidato que se auto proclamó líder del partido y que ejerce como tal dando pie a una situación de bicefalia que no tiene precedentes en el seno de la organización. Dado que la tradición del PSOE es ajena a usos como los del PNV donde el líder del partido no es el candidato a "lehendakari" (provocando conflictos como el que en sus día enfrentó a Garaicoetxea con Arzallus), está por ver que Zapatero pueda prolongar por mucho tiempo la situación de bicefalia que pretende. Dependerá, como digo, del resultado de las elecciones de noviembre y del calado de la derrota que anuncian todas los sondeos.
Si Rubalcaba es capaz de contener la hemorragia de votos que pronostican las encuestas y el PSOE no baja de los 120-125 escaños, tardará poco en reclamar el liderazgo formal para cohonestarlo con el liderazgo político que ya ostenta. En resumen: en unos meses, a Zapatero se le verá más por la madrileña calle Mayor (sede del Consejo de Estado) que por la calle Ferraz (sede del PSOE), en donde, por cierto, a diferencia de lo que ocurre con Felipe González, no deja club de fans.
Se irá, pero no abandonará la política. Aunque desde el punto de vista de la militancia está amortizado, formalmente sigue siendo el secretario general del partido y -según cuentan las fuentes monclovitas- no tiene intención de resignar el cargo hasta la celebración del próximo congreso; cónclave que si depende de su voluntad, no se anticipará ni tendrá carácter extraordinario. Es una forma de estar en un puesto que, contando con el auxilio de Pepe Blanco, le permitiría controlar la crítica y, en consecuencia, los daños. Todo dependerá del resultado de las elecciones del 20-N porque quien manda hoy en el PSOE es Alfredo Pérez Rubalcaba, el candidato que se auto proclamó líder del partido y que ejerce como tal dando pie a una situación de bicefalia que no tiene precedentes en el seno de la organización. Dado que la tradición del PSOE es ajena a usos como los del PNV donde el líder del partido no es el candidato a "lehendakari" (provocando conflictos como el que en sus día enfrentó a Garaicoetxea con Arzallus), está por ver que Zapatero pueda prolongar por mucho tiempo la situación de bicefalia que pretende. Dependerá, como digo, del resultado de las elecciones de noviembre y del calado de la derrota que anuncian todas los sondeos.
Si Rubalcaba es capaz de contener la hemorragia de votos que pronostican las encuestas y el PSOE no baja de los 120-125 escaños, tardará poco en reclamar el liderazgo formal para cohonestarlo con el liderazgo político que ya ostenta. En resumen: en unos meses, a Zapatero se le verá más por la madrileña calle Mayor (sede del Consejo de Estado) que por la calle Ferraz (sede del PSOE), en donde, por cierto, a diferencia de lo que ocurre con Felipe González, no deja club de fans.
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