Qué difícil resulta acabar enero. Más que una cuesta parece un abismo sin fondo. La primera vez que escuché hablar del ‘Blue Monday’ (‘Lunes triste’) fue hace cuatro años, cuando mi hija se fue a trabajar a Alemania y yo no paraba de llorar. Entonces oí por la radio que era el lunes más triste del año. Después lo olvidé, pero este 21 de enero, que era el cumpleaños de uno de mis hijos, yo estaba muy triste, sobre todo por la tarde, aunque al anochecer conseguí cantarle por teléfono la canción de feliz cumpleaños, aquella que aprendí de niña con los payasos de la tele, y fue por la noche cuando me enteré de nuevo que el tercer lunes de enero era el día más triste del año.
Puedo afirmar que la mayoría de mis tardes son un ‘Blue Monday’. Cada día lucho por sobrevivir en medio de una soledad infinita. La otra mañana, alguien a quien manifesté mi estado me soltó con alegría, disfruta de tu soledad. Sí, la disfruto; estoy aprendiendo a convivir con ella; más bien a sobrellevarla con dignidad.
Me desperté con un vacío en mi vientre. Era un hueco de dolor existencial, universal, circular. Mataban a una mujer. Así era la sensación que sentí en sueños después de haber escuchado el relato de una pesadilla que tuvo mi hijo la noche anterior, en la que se apuñalaba a sí mismo en el vientre. Como una especie de harakiri.
Parece que de esta manera se ha roto el cordón umbilical que nos unía en los últimos años con varios nudos bien atados, y yo he entrado en el más profundo nido vacío. Una nueva etapa de mi vida en la que una mujer necesita, como siempre, mucho cariño y comprensión, sobre todo dentro de la familia, para no caer en la depresión y en la amargura.
Pero en general la mujer es incomprendida y por ende vilipendiada. Sin embargo, creo en la esperanza y por eso empecé por copiar una frase de Frida Kahlo: “A veces tienes que olvidar lo que sientes y recordar lo que mereces”.
A veces camino por las antiguas veredas y disfruto de ver que todavía queda alguna charca entre grandes rocas y cañaverales. Cuando oscurece el cielo siempre me alumbra y las estrellas me dan luz.
En esos momentos mis pensamientos se centran en mis propósitos de enmienda. En cómo deseo escapar de este lugar, creyendo que no hay escapatoria, cuando puedo hacer tantas cosas. Busqué a León Tolstói para tranquilizarme: “El secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere sino querer lo que se hace”. Necesitaba que alguien me lo dijera.
Me compré unos guantes para arrancar las malas hierbas y aprendí a podar la viña en medio del viento.
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