Febrero, día 13, miércoles. Es la fecha elegida por la UNESCO para conmemorar en su octava edición el Día Mundial de la Radio bajo el acertado tema de “Diálogo, tolerancia y paz”. Una jornada para reforzar la función de la radio como medio de comunicación que da forma a nuestras vidas y como medio idóneo para contrarrestar las incitaciones a la violencia y la propagación de conflictos. Frente al riesgo que representan las redes sociales y la fragmentación del público para agruparnos en “cápsulas” informativas, integradas exclusivamente por ciudadanos afines, la radio ocupa una posición única para unir a comunidades diversas y fomentar el diálogo positivo. La radio vive más que nunca y habita entre nosotros.
Si buceamos en nuestro interior, todos encontraremos en la memoria una radio cercana. La radio del bar del pueblo que vomitaba goles a todo volumen en las tardes domingueras de carrusel, entre anuncios con olor a Anís la Asturiana , la radio de la portera del edificio que llenaba las tardes de Cola-Cao entre las ocurrencias de Matilde, Perico y Periquín; o la radio Marconi del viejo maestro republicano, siempre resguardada bajo una impecable funda de paño, que sólo descubría en un cotidiano ritual nocturno para escuchar las emisiones de “La Pirenaica”. Había algunas otras, pero ninguna tan próxima como la radio de casa de cada cual. En mi caso, creo recordar que era una “Mullard” de válvulas sin ojo mágico, de color caoba oscuro que se tornaba dorado en las rejillas, por las que se expandía con toda solemnidad aquella bronca voz que llenaba de datos y pormenores el amplio comedor familiar . La infancia se llenó aquellos días de luto universal con las transmisiones de las exequias del Papa Roncalli, que, en ocasiones, llegaban con una castellana voz femenina, tras el extraño mueble aquel que hablaba por sí sólo y que mi madre cubría con un pañito sutil de colores combinados que, aún hoy, desempeña las funciones propias. Aquellas “cajas de sonido” han hecho mucho bien, como la “Inter” de mi tio Segundo, inseparable compañera que le hizo la vida más llevadera, o el transistor de “Paquito el de Partaloa”, el andarín del Almanzora, que vive pegado las 24 horas del día a su particular caja parlante.
La radio de nuestras vidas ha escrito entrañables historias. Ninguna como la que durante años albergó el Convento de Nuestra Señora del Carmen, de las Carmelitas Calzadas, en la vecina capital nazarí. Con tan solo 16 años de edad ingresó en dicho cenobio la joven María del Carmen Guerrero Covaleda, la menor de seis hermanos. Profesados los votos, Sor Carmen vivió entre los centenarios muros de clausura sus 78 años de entrega mística. Su hermano Juan, atento y generoso, la obsequió en sus últimas décadas de vida con algunos medios electrónicos, como un reproductor de video y sonido, así como una radio, un pequeño transistor a pilas que Sor Carmen guardaba, previa excepcional autorización para su tenencia por parte de la superiora de la comunidad, quien, a poco tiempo, debió estimar en exceso la posible vía de comunicación de Sor Carmen con la vida extramuros, por lo que le retiró dicho reproductor . La radio regalada por el hermano Juan no corrió, por entonces, idéntica suerte. Comedida, en el silencio de la celda, casi en clandestinidad, Sor Carmen conectaba su transistor para oír el programa de Canal Sur Radio y Radio Andalucía Información, “La Memoria”, dirigido y presentado por la voz cercana de su sobrino, el periodista Rafael Guerrero. El uso descargó las pilas del transistor y Sor Carmen pidió a la superiora que le repusiera unas nuevas . La dilación en la respuesta enmudeció la radio del convento carmelita. Sor Carmen falleció con 93 años no hace mucho tiempo. Aunque el transistor de Sor Carmen haya desaparecido, tal vez su alma conecte cada semana con las ondas de “La Memoria”, porque la radio que ama la libertad y la justicia nunca muere.
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