Ya nadie duda de que la aventura de Sánchez en la presidencia está condenada a tener un mal final. De momento, el hombre que expresaba firmeza con sus manos ya tiene garantizado el papel protagonista en la historia del peor presidente de la democracia española, imponiéndose en un casting particularmente reñido. A estas alturas, las dos únicas incógnitas que quedan por despejar respecto de este fin de ciclo son, por un lado, la fecha de la partida de defunción y el alcance del daño infligido a España como país y al PSOE como partido político. Y mientras que de lo último habrán de ocuparse los militantes sensatos que hayan podido mantenerse a salvo de la oleada de irresponsabilidad propiciada por el marido de la ignota experta en temas africanos, lo primero nos compete a todos. La última (por más reciente) estrategia del todavía presidente es amagar con un adelanto electoral el 14 de abril (con el correspondiente guiño a las Brigadas de la Naftalina) y poner a los independentistas en el riesgo de comprobar que lo que cuenten las urnas no sea lo mismo que está contando Tezanos. Y los independentistas son conscientes de dos cosas: la primera es que nunca van a tener en la Moncloa a un inquilino tan bizcochable como el doctor Fraude, y la segunda es que lo de Colón es un mar de fondo que no se tapa con debates numéricos. Torra sabe que unas elecciones en Semana Santa acabarían empujándole a un calvario en el que ya no habría un solícito cirineo dispuesto a cargar con la cruz de su psicodrama regional. Por lo tanto, no descarten que este cruce de bravatas termine en nada, como suelen acabar las peleas de los que gustan de alzar la voz para no decir nada.
Y un apunte final: ¿permitirá el PSOE que Sánchez lleve al partido a elecciones justo ahora? Sería un suicidio por desentrañamiento digno de figurar en la historia del Seppuku o Hara-Kiri. En todo caso, la Legislatura Falcon va a tomar tierra. Se va a hinchar.
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