Gestionar una legislatura con cero euros en caja, con una deuda de 23 millones de euros, no es sencillo, y revertir la situación no es mucho menos complicado, pero en Níjar se ha hecho. Ahora, tres años y medio después de descubrir que en la caja común no había dinero, que en los cajones lo único que había eran facturas pendientes a pequeñas empresas que seguro que no han olvidado qué se les debía y quiénes le dejaron el muerto, nos estamos dando el medido lujo de poder hacer lo que no se había hecho en ocho años, es decir, invertir a pie de calle, en ese pedazo de municipio que está a la puerta de cada casa, de cada ciudadano, de cada vecino.
Es hasta normal que cuando los vecinos vean las máquinas en las calles entiendan que las obras se ejecutan ahora porque estamos a poco de unas elecciones municipales, pero lamentablemente no es así, porque de haber sido ese el caso les aseguro que las obras que se ejecutarían en estos momentos no serían de carácter urgente, de imperiosa necesidad, sino de mero embellecimiento y lucimiento personal del equipo de Gobierno que, pasadas las estrecheces que hemos sufrido, no hubiese estado nada mal poder hacer tales alardes. Pero sencillamente no toca.
Nos ha tocado acometer obras en caminos rurales con fondos propios porque no podemos esperar a que otras administraciones deshojen la margarita de si ahora le toca o no a Níjar, si políticamente les conviene o por el contrario le hacen la puñeta a su candidato.
Y lo crean o no los hay que piensan así. Los hay que creen que las obras públicas son un motor electoral y no de crecimiento de las comarcas, de los pueblos, y hay veces que creo que el hecho de haber estudiado sus carreras en universidades tan lejanas como las que aparecen en sus curriculum les debe haber llevado a aprender una forma de hacer distinta de la que verdaderamente necesita la gente.
En Níjar no podemos decir que ahora estamos de obras porque vienen las elecciones, sino porque es ahora cuando tenemos dinero, y no demasiado, pero sí lo suficiente para poder invertir sin que se arremolinen en la puerta del ayuntamiento legiones de empresarios preguntando por qué se invierte si a ellos se les debe dinero. Hace tres años y medio era impensable poder ir a un banco a pedir dinero en nombre del Ayuntamiento de Níjar, porque hasta el Ministerio de Hacienda nos hubiese parado los pies diciéndonos que si queríamos dinero para invertir teníamos un único camino, que era el de la subida de impuestos. Y no, no lo hicimos.
Hemos mantenido la recaudación en los términos en los que se nos dejó, incluso hemos bajado en la medida de lo posible aquellos impuestos que directamente afectan a las personas de la calle, a aquellos que pagan el IBI, y que se verá reflejada en el recibo de 2019. Por mucho que intenten darle la vuelta o sacarse gráficos de la manga y con todos los colores que quieran ponerles, la verdad es esa y no otra.
Con cero euros en la caja, 23 millones de deuda, los cajones llenos de facturas impagadas y los acreedores en la puerta del Ayuntamiento de Níjar mostrando verdaderos dramas provocados por esos impagos, hemos revertido la situación hasta convertirla en nuevas redes de saneamiento, acerados, papeleras, servicios de limpieza mejores y está claro que mejorables, pero sobre todo hemos dado un respiro a nuestro motor económico, la agricultura, acometiendo con urgencia los caminos agrícolas más deteriorados. Y lo más importante de todo: hemos puesto las bases para poder seguir invirtiendo y dejar la deuda del Ayuntamiento por debajo de 7 millones de euros. Sí, hemos empezado tarde a ejecutar obras, pero lo realmente importante es que hemos podido hacerlo, cuando hace tres años y medio nadie apostaba un solo euro por ello. Pero somos eso, somos Níjar, que además de ser uno de los pueblos más bonitos de España es uno de los más perseverantes, uno de los que primero amanece para ponerse manos a la obra, ya vengan bien o mal dadas. Eso somos y de eso es de lo que tenemos que sentirnos orgullosos, no de lo que vengan otros a decir lo que somos o dejamos de ser.
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