En alguna ocasión he escrito que el PSOE había maniobrado su relación con la Junta de Andalucía de tal modo que, como los gatos, había convertido el ovillo de sus numerosos hilos de relación en una maraña inextricable. Tan confusa llegó a ser la cosa (apenas estamos descubriendo ahora el volumen del burruño) que ningún socialista era capaz de explicar dónde terminaba el partido y dónde comenzaba la institución, y viceversa. Pero la apropiación patrimonial de la Junta en beneficio del partido socialista tuvo, a partir de la última noche electoral, dos momentos relevantes: el gesto necrológico de Susana Díaz comunicando los resultados y la demostración sindical de coros y danzas organizada en las puertas del Parlamento pocas horas después.
Esos dos detalles ponían abrupto colofón a una situación que, para muchos y muchas, era tan inamovible como la secuencia horaria que separa el amanecer del ocaso. Y la reacción al cambio está siendo, como no cabía esperar otra cosa, digna del señoritismo rancio de la élite tardofranquista retratada por Berlanga en su trilogía sobre la Escopeta Nacional: displicencia, resistencia y negación de la realidad.
Es decir, que si no son ellas y ellos los que gobiernan la Junta, la Junta no es importante. Lo demostraron la otra mañana, en supremo alarde de subdesarrollo democrático, los miembros y miembras del Grupo Municipal Socialista, declinando la invitación a asistir a la primera visita institucional que hacía al Ayuntamiento de Almería el nuevo presidente de la Junta, el popular Juanma Moreno. Los mismos que durante años han abrazado cada farola y lamido cada traserillo remitido por San Telmo, despreciaron la presencia del Presidente de la Junta porque no era de su mismo partido. Con semejantes demostraciones de sectarismo, se puede entender como buena noticia que perfiles tan cazurros estén fuera del gobierno de una Junta que es de todos los andaluces, voten lo que voten. A ver si lo comprenden.
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