El concepto de que todos somos iguales, si bien algunos son más iguales que otros, es una afortunada deconstrucción de una de esas ideas redondas que engloban la cruda realidad que escapa de la retórica. Está claro que aunque en términos legales y jurídicos todos somos iguales, existen innegables factores sociales, económicos y educativos que rompen la pretendida y formal igualdad. Pero no les hablo hoy de esa igualdad que todo lo iguala, sino de otro de esos conceptos filosóficos que iluminan nuestras vidas, como es la prístina transparencia, las paredes de cristal y toda esa arquitectura verbal que hemos levantado con la misma convicción con la que se elevaron los altares o se plantaron monolitos en las islas lejanas. Todas las instituciones hacen bandera de la transparencia y todas participan en una alocada carrera por demostrar que nadie es más diáfano, claro o limpio. Pero al igual que algunos son más iguales que otros, no todo el mundo parece creer igual en la transparencia que proclama. Escuchen si no el tono de repique de los campanarios mediáticos del PSOE andaluz a raíz de la petición de datos sobre todos los trabajadores, con sus nombres y apellidos, de las Unidades de Valoración Integral de Violencia de Género. Y es precisamente el enorme malestar demostrado por los socialistas lo que ha encendido las luces de alarma. ¿Qué es lo que temen que aparezca en ese listado que les ha hecho levantar tanto la voz? Si todos los psicólogos, forenses y trabajadores sociales de ese necesario servicio tienen una trayectoria profesional trazable y están en el cargo por su mérito, no acaba de entenderse bien el rechazo y la repulsa mostrada por los responsables de la anterior administración socialista a que se pueda conocer quién es quién. Otra cosa es que la lista dibuje no ya un árbol, sino todo un bosque de genealogías familiares y políticas. Y temo que por ahí vaya la cosa. Transparencia sí, pero dentro de un orden.
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