De entre los infinitos temas a los que pude recurrir un lector, en los que atañen al pensamiento político en general es donde se podrá observar una redacción peculiar que encierra en mayor a menor medida una intencionalidad de adoctrinamiento que per se no es censurable siempre y cuando no atente contra las bases de los postulados democráticos. Al pasar de los textos a la oratoria, la terminología escrita adopta infinidad de variantes que en política intentan ser eficaces para calificar o descalificar, según se trate de asuntos propios o del adversario, objetivo que se cumple cuando el orador conoce el correcto significado del término que emplea.
Para mejor entendimiento de lo expresado, citemos ejemplos concretos. “Facha, golpista y relator” entre otros, son vocablos que han acompañado a muchos discursos pronunciados en los últimos tiempos desde la tribuna del Congreso de los Diputados. Vayamos por partes.
Pensaba un servidor que el Sr. Tardá, diputado de ERC, tenía un perfecto conocimiento del significado del término “facha” cuando se dirige al Sr. Rivera. Pues no, Sr. Tardá, usted no conoce el significado correcto de ése término. “Facha” es la síncopa coloquial del adjetivo “fascista”. Usted conoce sobradamente qué es y qué significa el “fascismo” y si tiene dudas mire a su entorno inmediato, por ejemplo al Sr. Torra, el que dice que los españoles tenemos un bache en nuestro ADN. Eso no deja de ser una consigna populista con el objetivo de anular la personalidad individual que ya en su día fue la base del éxito retórico del régimen nazi. ¿Le suena eso Sr. Torra?
En Cs, conocemos el correcto significado del término “golpista”. No tenemos empacho en acudir a la RAE que lo define como: “persona que intenta usurpar de forma violenta el gobierno de un país o persona que apoya dicha acción”. En base a ésa definición reconocemos a los independentistas como “golpistas”. Ejemplo que ilustra ésta situación: “El poco honorable Sr. Puigdemont”. Un inciso en éste punto: Lamentable consigna la del presidente del Gobierno hacia la Abogacía del Estado para el juicio del 1-O; en el sentido de rebajar la calificación de rebelión a sedición, negando así el hecho violento; otro acto de sumisión hacia los golpistas.
Ejemplo del gusto por los malabarismos gramaticales lo encarna el PSOE. En el documento de 21 puntos que el Sr. Torra entregó al Sr. Sánchez, aparece en uno de ellos el término “mediador” el cual convirtió el gobierno por su cuenta y riesgo en “relator”. Tanto el autor del “Manual del Colchón” como la vicepresidenta, llegan a alcanzar que “relator” implica actuación en situaciones de vulneración de los derechos humanos y no hace falta que lo diga la ONU, eso es del “catón”; pero lo importante al parecer es que los independentistas se sientan mimosamente tratados.
Cs se autoexcluye de la tergiversación del lenguaje político que persigue como fin último lograr una manipulación basada en que lo mejor no es inventar palabras o conceptos nuevos, sino cambiar el significado, adaptándolas a tus necesidades. Del mismo modo en Cs nos excluimos de una actitud deleznable que es la de aquellos que cuando sus argumentos hacen aguas y sus recursos lingüísticos tocan a su fin, zanjan la discusión por la vía rápida con un “eres un facha” o “eres un rojo”.
Al que se le entiende muy claro y sin malabarismos gramaticales es a nuestro monarca Felipe VI sobre todo cuando dice: “No es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del derecho”. ¡Viva el Rey! Esto último lo digo yo.
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