Los escépticos que aún ponen en duda la existencia del cambio climático deberían consultar, al menos ,El Zaragozano. La desertificación del Sudeste es algo tan evidente como imparable. La aridez devora las tierras del Sur a velocidad vertiginosa. La lluvia es un sueño en estos páramos desde hace algunos meses y las estaciones climatológicas ya no respetan solsticios ni calendarios. La veintena larga de grados que calienta nuestro entorno desde hace semanas ha provocado la explosión de los sentidos de una precoz primavera que se manifiesta por doquier. Parques y jardines acogen sin pudor la floración exuberante que envuelve estos días nuestro hábitat, donde especies florales y variedades vegetales aceleran su desarrollo. De la inmensa y variopinta acuarela que pincela el paisaje primaveral, siempre me ha causado una especial atención la floración del “Cercis siliquastrum”, una especie de la familia de las leguminosas, con varias acepciones populares: Árbol del amor, algarrobo loco o Árbol de Judas…
En estas jornadas que han suprimido la antesala primaveral somos muchos naturalistas los que no queremos perder la oportunidad de gozar las curiosas y atractivas transformaciones del entorno medioambiental que nos acoge. Hace tres días me detuve en un jardín botánico para “pegar oreja” a las explicaciones con las que una sesuda profesora ilustraba a un reducido grupo de alumnos acerca de este violáceo ejemplar que llegó a Europa en la época de las cruzadas y cuyas flores poseen un agradable gusto picante. A instancia de la maestra, una de las alumnas con acento latinoamericano contó una de las leyendas que han hecho de este árbol un mito. Según el hermoso relato, una indígena adolescente encontró, allende el Pacífico, el anhelado amor de su vida en un joven que, a su vez, quedó prendado de la belleza de la muchacha. Los dos indígenas iniciaron una apasionada relación que no tardó en encontrar cierta oposición por parte de los padres de la adolescente, quien, a pesar del aislamiento y cerco a los que fue sometida por sus progenitores, nunca pudo olvidar al hombre que se había adueñado de sus sentimientos. Durante meses luchó en balde para liberarse de las ataduras que sufría.
La imperiosa realidad, contraria a la voluntad de los progenitores, llevó a la madre de la muchacha a discernir en la búsqueda de una solución que satisficiera sus caprichosos y particulares intereses, hasta el extremo de tramar la desaparición del pretendiente, quien, por otra parte, sufría en silencio la malquerencia de los padres de su amada.
La joven indígena, convencida por la compleja situación de que nunca más vería a su amado, encomendó su irremediable problema al hechicero de su aldea. Tras la práctica de un exótico abanico de rituales, el chamán recomendó a la mujer que hiciera un pacto con el diablo, quien por deseo propio la convirtió en el árbol más bello de su región para que quien sufriera idéntico trance de no poder compartir su amor, con solo mirar el árbol pudiera hacerlo. Nació así el supuesto Árbol del Amor que jamás nadie encontró. Dicen que las almas de muchos de los buscadores de pareja que hay en el mundo pasean su pena en torno a este árbol, tan deslumbrante en estos días, porque no saben lo que es el amor. La profesora apuntó que también lo hacen porque no se han dado cuenta de que el verdadero “Árbol del Amor” se halla en el corazón de cada uno de los seres humanos.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/168267/el-verdadero-arbol-del-amor