Jordi Dauder

Jordi Dauder

Juan Manuel Gil
21:34 • 20 sept. 2011
Desde que me enteré de la noticia, tengo su voz metida dentro. Clara, exacta, poderosa. Como un inquilino a punto de agradecerte con un abrazo tu hospitalidad. Como una casa que quiere ser tomada en armas, ocupada por palabras que poseen más corazón que corteza. Ahí está su voz ceñida a mis rodillas, extendida en mi espalda, atada a mi cintura, asomada a mis ojos. Esa misma voz que, una mañana de viernes, en una plaza del centro de Córdoba, me dijo que hubo un tiempo en que él sintió el mismo desasosiego que yo. Mientras me hablaba, pasaba las hojas de un libro de Pier Paolo Pasolini. Lo hacía con lentitud. Y era como si cavara en su significado más hondo, mientras yo lo miraba con evidente desvelo. Tengo su voz metida dentro, que es también la voz de su padre hablando de teatro, de lo que estaba escribiendo a escondidas, de aquello que no le dejaban representar. Y es una voz fronteriza, valiente, sensual, generosa, henchida de memoria y revolución, transparente, certera, comprometida, indestructible y enamorada. Es la voz que zurcía propuestas, humor, poesía, constancia, pasado y futuro. Tengo dentro la voz de un amigo que me enseñó a ver la fortaleza de la mía, que nunca temió mezclar sus sueños con los nuestros, que sólo se encerraba si necesitaba escribir con claridad y que jamás dejó de tener puño y letra. Me cuesta pensar que alguna vez pudiera no estar cerca: en mis rodillas, en mi espalda, en mi cintura y en mis ojos. Porque aún tenemos cosas que decirnos, preguntas que formular e historias que ir renovando lentamente, mientras las cosas que dicen importantes ocurren lejos, muy lejos de nosotros. Desde que me enteré de que Jordi Dauder se había ido, he ordenado los libros que tenía pendientes de colocar, he estado en la puerta de la casa de José Ángel Valente –él lo habría hecho-, he comprado una botella de buen vino y estoy releyendo su novela El Estupor. Comienza así: “Esa luz ocupa, en este momento, todo el espacio del tiempo. Lo resume, en cierta manera: es su síntesis. No consigo desprenderme de ella. Mi atención se centra exclusivamente en la emoción que me produce.” Llevo días que no dejo de repetirme esto: Esa voz ocupa, en este momento, todo el espacio del tiempo. Desde que me enteré de la noticia, tengo una luz metida dentro.






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