El origen conceptual de la catástrofe encuentra su raíz en el teatro de la antigua Grecia. Los autores helenos que estudiábamos con el sonsoniquete del “Eurípides, no te Sófocles que te Esquilo”, crearon el término uniendo las palabras “kata” (hacia abajo) y “strephéin” (dar la vuelta) para denominar así el inesperado giro argumental que convertía la trama en una sucesión de desdichas destinadas a sorprender y entristecer al espectador. Posteriormente, entrado ya en S.XVIII, empezó a extenderse su uso para referirse a los desastres naturales o las derrotas militares.
Si digo todo esto es porque creo que no hay mejor expresión para explicar lo sucedido al Susanismo en las últimas horas. Si piensan en lo que era, lo que suponía y lo que mandaba Susana Díaz en el PSOE hace apenas un año y lo comparan con su actual situación, verán que el uso de la expresión “catástrofe” tiene más de descriptivo que de literario. ¿Quiere decir esto que después de la humillante laminación de su marca a manos del despiadado Dr. Trola, Susana Díaz es un zombi político? No me atrevería a decir tanto, porque el animalario socialista tiene en la señora Díaz una de sus especies más resistentes y en su cadena genealógica una de las estirpes más combativas del panorama político español.
Ojo, por tanto, a la reacción del susanismo encadenado a ese liderazgo por vinculaciones de lealtad personal y trasunto alimenticio. La clave está en descubrir los efectos del mazazo que Sánchez ha asestado al engranaje andaluz que ha suministrado durante décadas diputados socialistas a Madrid. Está por ver que el PSOE andaluz, que no ha querido avalar las listas nacionales del Dr. Falcon, quiera batirse el cobre en las elecciones de abril. La respuesta la sabremos dentro de 41 días, cuando los resultados desvelen si la Tigresa de Triana ha dado orden -o no- de apoyar a sus encarnizados enemigos, que ahora no son los de los demás partidos, sino sus propios compañeros. Y compañeras.
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