Varios condicionantes determinan la singularidad del ser humano en las diversas regiones del planeta. Las características antropomórficas se modifican desde el clima, orografía, alimentación, religión, costumbres… Todos estos factores hacen fácilmente diferenciable -a la vista- a un nativo esquimal de un centroafricano, o a un lama de un imam. Al margen de las variaciones fisionómicas y las identificativas vestimentas, hay un argumento universal que no se advierte por el color de la piel o la uniformidad. El tonto es universal. No conoce fronteras, y se halla en las frías cumbres tibetanas como en la tórrida sabana.
El tonto sin fronteras puede hablar cualquier idioma; puede expresarse en la segunda lengua más prolífica del planeta, y seguirá siendo tonto. Pero el problema del tonto no es ya que lo sea, sino el irresistible efecto mimético que produce en los más proclives a la tontería, y esa es una constante universal: Por cada tonto con iniciativa y con acceso a una amplia difusión, habrá una progresión geométrica de tontos que le secunden con inusitado ardor.
No pretendo prospectar la tontuna en otras latitudes, basta con lamentar el efecto que producen algunas provocaciones externas en los tontos que eclosionan en nuestro entorno. Los hay de todos los colores y condición. Unos asimilan la afrenta como una emocionada efervescencia espiritual que les impele hacia la adarga y la celada. Otros, pertenecientes al Club de la Avería, están locos por hacer realidad el aforismo del bar de carretera: “Hoy hace un día estupendo. Ya verás cómo viene un tonto y lo jode”.
España es un territorio con una fertilidad extraordinaria para aflorar este tipo de capullos. No hace falta apoyarse en evacuaciones intelectuales de indigenistas “aztecas” pasiegos o maduros-tarugos latinoamericanos, aquí tenemos todo lo que necesitamos para mantener un buen tono de disquisiciones estériles y confrontaciones fratricidas.
El próximo día 1 de abril hará 80 años que terminó la Guerra Civil, y no hay mejor argumento para persistir y percutir en la reparación, confrontación y revancha. Lo más edificante para “actualizar” el octogésimo aniversario del “fracaso de la inteligencia”, demostrando un reiterado desprecio por superar este bache histórico con el permanente reproche y la reedición de los hechos con marcado sesgo sectario.
No hay signo alguno de identidad cultural que no esté cuestionado o pervertido. Ya sean creencias, tradiciones o la mismísima historia indeleble, todo se acomoda para conseguir enojar y empobrecer a la población sembrando ignorancia, dudas y sentimiento de culpabilidad. Lo peor de estas inclinaciones revisionistas es que no hay límite en referentes históricos dentro del inmenso horizonte de la estulticia. La izquierda persigue como “hito histórico” de toda una legislatura el traslado de Franco. Pero esto no termina aquí, quedan “logros” como Colón, los Reyes Católicos, Don Pelayo, Viriato… Es interminable la lista de depuraciones históricas realizada, y no hay límites temporales para sacar de contexto lo que fue una hazaña ayer y execrable crimen hoy. Mucho están tardando estos lunáticos en condenar a Neil Armstrong por “invadir” la Luna desde la preeminencia del imperio capitalista y bla, bla, bla.
Almería ha sido adelantada en esto de las perversiones históricas. El Día del Pendón mutó cediendo a las presiones de una mínima minoría de ignaros. Almería también ha conseguido dejar desprovisto de contenido histórico el homenaje a Los Coloraos, dando paso a una nueva versión ideológica de la que se apoderó la izquierda. Y así se pueden contar “iniciativas progresistas” como la notabilísima del alcalde Martínez para cambiar el nombre de la Feria de la Virgen del Mar por “Feria del Mediterráneo” y, ahora, en la “Puerta del Mediterráneo” vemos la silueta del Indalo inserta en la trama urbana: un paréntesis de lírica lisérgica entre tanta prosa de campaña.
Nuestra vulnerabilidad es el resultado de una persistente ideologización sectaria. Persistir en la confrontación es una oportunidad para los que encuentran la brecha perfecta para descargar el odio, la insidia y el revanchismo vengativo. Si nosotros mismos no logramos mantener el respeto desde la necesaria discrepancia, es muy fácil que venga cualquiera con cualquier memez y nos ponga de los nervios. Es necesario preservarse de los locos enardecidos y huir de los tontos de babero. Hay algunos que han llegado a presidir su país… y hay una lista muy larga de aspirantes.
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