Trotamundos

Trotamundos

José Luis Masegosa
20:54 • 25 sept. 2011
Bailan que bailan a ritmo de géneros familiares y con temas de siempre, de ayer y de hoy. Aplauden como en un ritual cada vez que cesan las notas de los veteranos teclados de Antonio Saéz, de sobrenombre Anthony, autor y compositor que anima y acompaña fiestas públicas y privadas desde hace más de cuarenta años. Aprendió de adolescente las primeras nociones de otro músico, Benigno de Vicente, acordeonista para más señas, que anduvo la vida entre charangas y festejos por caseríos y aldeas de los Filabres y el Almanzora, por donde el viento lo llevaba risueño y alegre. A las primeras nociones musicales aprendidas del maestro Benigno sucedió una nueva formación más sólida, en ocasiones autodidacta. Nacido en Chercos, bautizado en Cóbdar y criado en Olula del Río, Antonio Saéz abandonó pronto el trabajo en la escultura de mármol para abrazar la composición y la interpretación musical, que hoy le lleva por saraos y celebraciones en los que la destreza ejecutoria de las manos en su ‘Welson’ convoca al baile y al deleite de los sentidos.
La música es su vida, dice, y no sabría hacer otra cosa, pese a que desde hace años la comparte con una persistente sordera, como el clásico Beethoven, de la que se quiere liberar mediante una intervención quirúrgica que él desea hacerse en una clínica madrileña. Anthony encarna uno de esos curiosos personajes que a caballo de su ‘passat’ parece que llega de muy lejos mientras canta sus sueños: grabar un cedé con sus composiciones más logradas, entre otras, unas sevillanas que dedica al santo casamantero, o un pasodoble con nombre de mujer. En un santiamén el intérprete vacía la alforja de sus sueños y confiesa el afán recaudatorio de la esgae, de la que es socio desde los años ochenta, así como la dureza del trabajo y las numerosas dificultades por las que ha pasado hasta hacerse un nombre y conseguir que no le falten "bolos" y poder vivir de la música, cuya mayor satisfacción es comprobar que el público de la verbena, de la fiesta o de la celebración se divierte y se siente alegre, como las gentes con las que el artista se ha encontrado mientras ameniza la bendición de las restauradas dependencias del patio de la Basílica de las Mercedes, una acertada iniciativa del clérigo Miguel Esteban de la Santa Cruz y del voluntariado del templo, aplaudida por parroquianos y feligreses.
No hay resquicio al desánimo ni tan siquiera a la mera idea de renunciar a cualquier aspecto de la vida del artista, pese a los efectos negativos que la situación socioeconómica provoca en el sector. El arte le lleva en su andar tan largo de fiesta en fiesta, y a actuar de plaza en plaza hasta que al dormir la noche y despertar el alba guarda sus chismes con sumo cuidado y con extrema delicadeza en su añejo coche, y tal como llegó sigue solitario su camino hasta la próxima cita, hasta el inmediato escenario. Ese escaparate que alegra y divierte a los demás, la mayor satisfacción de Anthony, un viejo trotamundos de la música cercana.






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