El fuego que enardece la solidaridad

El catolicismo, en sus diferentes expresiones plásticas, ha sido determinante para la eclosión del arte en sus diferentes facetas: arquitectura, música, pintura, escultura, literatura… Sin la “mediación” de las diferentes deidades hubiese sido imposible alcanzar la magnitud y belleza de grandes catedrales, mezquitas, sinagogas, pirámides… Igualmente, hubiese sido imposible el “Ave María” de Schubert, “La Piedad” de Miguel Ángel e infinidad de artistas renacentistas que dedicaron gran parte de su genialidad a obras maestras que se centran en el culto a la divinidad; y, siempre, con el patrocinio de autoridades civiles y religiosas que aportaron los medios para la consecución de tan extraordinario patrimonio -a veces en detrimento y dolor del pueblo llano- en aras de la satisfacción de Dios para otorgar el perdón de los pecados y la vida eterna. 

El incendio de Notre Dame ha despertado en cuestión de minutos la generosidad de bondadosos mecenas que han acudido ante la desgracia aportando grandes cantidades de dinero. Este gesto ha suscitado la ira de cierto sector de la población que, en clave de agravio comparativo, ve la rauda disposición para rehabilitar un “edificio” y, por el contrario, estos donativos son renuentes para paliar la hambruna y una vivienda digna para los más menesterosos. Es decir, transidos de populismo en estado puro, denuestan la recuperación de un valioso patrimonio universal por sus connotaciones religiosas, la procedencia explotadora capitalista de las donaciones y las vinculaciones ideológicas de las derechas confabuladas con el poder eclesiástico… y todas las soflamas incendiarias de la radicalidad comunista y de la izquierda más soez. 

Rogando disculpen las molestias por rememorar la “memoria histórica”, la imagen de una iglesia ardiendo ha sido en la España del 1934 -y sucesivos- la consecución de las “políticas progresistas” del comunismo y socialismo que, posteriormente, desembocaron en la Guerra Civil.

No es de extrañar que la general aflicción por esta desgracia, así como los multimillonarios donativos anunciados, haya producido esa refractaria reacción escondida bajo el pánfilo argumento de otras necesidades más perentorias. No en vano, otro de los argumentos que se ha prodigado es el de la generosidad de los mecenas, que “para esto sí, pero para las vidas que se pierden en el Mediterráneo ni un euro”. Jamás vamos a salir del eterno bucle que siempre ha sido una constante en la Humanidad: nobleza y gleba; urbe y suburbio; el centro y los barrios… y ricos y pobres.  Hay que recordar la reacción de dirigentes de Podemos y de Izquierda Unida cuando se anunció la donación de un importante equipamiento para radioterapia del cáncer por parte de Amancio Ortega (Zara). En esta ocasión la mezquindad afloró con ribetes de enfermiza envidia, alegando que en este país no se necesita la “caridad” de estos magnates. Dijeron, “ya nos valemos nosotros con nuestros recursos, y no necesitamos que vengan a ayudarnos capitalistas explotadores, etc.”.

La administración de la miseria, a la que fácilmente se llega con políticas radicales y abaratando el populismo, es la consecuencia de posiciones tan arrogantes que conducen al aislacionismo físico e intelectual del pensamiento único y excluyente.  Pablo Iglesias: "Es muy triste ver Notre Dame arder, un lugar tan hermoso, que ha visto tanta historia, merece estar ahí siempre". Esta “elaborada y sentida” frase vale para expresar idéntico sentimiento ante el incendio de un pequeño robledal o de una antigua almazara. Hasta el gobernador nazi, Dietrich von Choltitz, tuvo momentos de mayor sensibilidad y determinación para preservar Paris de la locura de Hitler. 

Por mucho que avance la sociedad, nunca seremos merecedores de nuestras sempiternas pretensiones si mostramos desdén y desprecio por la fe de nuestros mayores y los logros que nos aportaron. Así como el debido respeto por otras culturas, en justa reciprocidad al respeto que ha de merecer la nuestra para ellos.