Espero que los debates televisivos no hayan decantado el presunto y abultado filón de indecisos hacia la opción más telegénica, la ocurrencia más atrevida o la descalificación más lacerante. Decidir el voto no es fruto -como dicen algunos analistas- del éxito de la estrategia en el planteamiento de un partido de futbol o un combate que se salda por KO o a los puntos.
Si ha decidido que los que van a decidir por usted, inmiscuyéndose en su vida y hacienda, son los que tuvieron una noche acertada en oratoria y efectismo, allá usted. Antes, le sugiero una breve reflexión.
Aparte del intercambio de libros, atrezzo de atril, apelaciones a la humildad, admoniciones oportunistas, displays coloridos, predicadores conversos… también están las propuestas, soluciones a los problemas y planteamientos audaces. Ahora, recuerde cuáles fueron las afirmaciones determinantes que le afectarán en su vida, trabajo, familia, patrimonio, libertad… Sólo le pido que rememore, si le es posible, una sola de las propuestas por cada uno de los intervinientes; tanto vale evocar una sola propuesta, ya sea positiva o negativa de cada candidato. Si logra extraer algunas conclusiones racionales, habrá conseguido engrosar esa minoría que ha evitado la manipulación del destello ensayado y la alambicada sobreactuación.
El cine se desarrolla con la trama, argumento estructura y desenlace. Una buena actuación sobre un excelente guion nos puede emocionar o entretener, pero es ocioso salir de ver una sesión cinematográfica de acción esperando que Chuck Norris nos saque del apuro que nos atormenta en la vida real.
Hay mucha ficción en las promesas cargadas de voluntarismo. Sin embargo, las campañas son, en esencia, efectismo y eficacia supuesta. Para discernir entre la eficacia y el efectismo hay que llevar a la práctica la teoría, y eso nos puede llevar cuatro años de éxito o, por el contrario, de sacrificio y sufrimiento. No obstante, en algunos dirigentes existen precedentes indiciarios de la capacidad de gestión, prestigio, garantía y comportamientos homologables en democracia y Estado de derecho.
La exigua síntesis de la actual confrontación electoralista nunca ha sido tan nítida y simple: Las izquierdas quieren echar a las derechas, y las derechas quieren desalojar a las izquierdas. El problema radica en quién se erige en tótem de la derecha o quién es el jefe de las tribus de la izquierda. Y surge una nueva pregunta: Si no hay un líder inequívoco de la derecha ni de la izquierda ¿cómo van a liderar toda una nación? Especialmente, cuando no tenemos (no tienen) claro el concepto de nación; no sabemos aún si los de aquí tenemos los mismos derechos que los que vienen de aquella manera; si seguiremos siendo los mismos o algunos se marcharán del mapa político; si podremos mantener nuestra propiedad; si nos podremos llegar a entender en un mismo idioma…
La entelequia y el embeleco de las presuntas ideologías de los que ayer “emergieron” para aplastar a la casta casposa, hoy se han convertido en acomodados virreyes de la democracia cuartelera impuesta en un sistema piramidal que se alimenta de filias, fobias y otros vínculos afectivos.
El bloque de las izquierdas incorpora una importante brigada de obras de demolición del actual sistema. El problema es que, una vez destruido lo que hoy conocemos, no hay proyecto alguno para las pretendidas reformas. Para el bloque de la derecha también hay reformas que hacer, pero manteniendo la estructura principal y un techo que nos cobije.
Miedos En cuanto a los miedos que se instilan desde la izquierda por el “peligro” de que llegue la derecha, comparen cómo les va a las lamentables experiencias comunistas, socialistas y populistas que han logrado diezmar a países con indudable potencial y alcanzando los más execrables niveles de libertad, quedando sólo la administración de la miseria. La derecha ya ha llegado a Andalucía, y no se puede decir que hayamos caído en desgracia; todo lo contrario, se ha descubierto la verdadera cara de la falacia en la gestión “estelar” de la izquierda y, como viene siendo habitual, es la derecha la que restituye, arregla y dignifica los desmanes observados en listas de espera, derroche y otras nefastas cualidades que se escondían tras el disfraz de progresismo y eficacia.
Estas sí son diferencias más productivas y orientativas para decidir un voto útil antes que fiarlo a una afortunada interpretación en un plató de televisión.
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