No, no hay que votar. En España, a diferencia de otros países europeos, votar es un derecho, no un deber. Y hoy no votaré. Lo decidí hace meses, aunque se ha sumado al propósito el hecho de llevar varios meses hospitalizado en Madrid.
¿Razones para la abstención? Para mí, muchas. Una de ellas, la mediocridad de los candidatos, y el sistema electoral español impone votar una lista entera para votar a una persona: los ciudadanos no elegimos libremente a quien o quienes queremos, sino que votamos la lista entera -es cerrada e intocable- que nos impone un Partido, de manera que estamos sometidos a su dictadura que, habitualmente, además, no integran las listas con los más capaces, sino con los más dóciles, lo que casi equivale a decir no a los más inteligentes, aunque sí listos. Los inteligentes suelen tener ambiciones y éstas pueden llevarles a no ser del todo disciplinados, lo que crearía a la Dirección un grave problema. Y, claro, así, se recurre como solución a listar sólo a los más dóciles a esa Dirección, sabedores de que si se les ocurre, sólo, rechistar, su vida política, y los consiguientes emolumentos, se han acabado.
Pero hay muchos remedios electorales y, cuando se aproximan unas elecciones –jamás antes-, los Partidos de la oposición echan al ruedo la conveniencia de modificar la Ley electoral. ¿En qué sentido? Hay muchos. En las Elecciones Generales, yendo a una segunda vuelta.
Otro: el sistema mayoritario puro, aboliendo nuestro desproporcionado sistema proporcional.
Otro más: el sistema mayoritario de circunscripción unipersonal: Almería se divide en tantos distrito como diputados tenga: el escaño en litigio es para el ganador. Los tradicionales fueron Almería, Berja, Purchena, Sorbas, Vélez-Rubio y Vera. Por ejemplo, D. Nicolás Salmerón no consiguió ser elegido por el de Huércal-Overa y sí fue diputado por el de Gracia (Barcelona)
Más aun: el sistema de listas abiertas, que me parece el menos funcional, porque las listas las hace el Partido, como si fuera un catálogo.
Fórmulas, insisto, hay muchas, y en todas, menos en la actual, se respeta, sin filtros, la voluntad del pueblo. Y, de hecho, ahora ya se hace: en el Senado y en las Alcaldías de los pueblos de menos de 250 habitantes.
Si respetar la voluntad del pueblo es la esencia de la democracia, y en vez de hacerlo se propicia la imposición del perdedor ruidoso…
Y además, dado el sistema de listas cerradas, hoy la política está en manos de los más alabanceros, de los más agradaores, de los más leales camarilleros, pues quien rompa la disciplina de voto, insisto, se suicida políticamente.
El panorama, pues, no es muy alentador de cara a excitar mi voto.
Pero hay más: de mi voto no dispone, luego, el Partido –ya que no cabe decir el candidato- al que yo haya votado en mi circunscripción –Almería- sino ni siquiera la Dirección provincial, sino la Nacional. Y puede, así, darse el horror –soy jacobino- de que mi voto se emplee para desvertebrar España. Todo esto es muy duro. Al menos para mí
Acabada anteayer la campaña electoral, casi eterna e intelectualmente de border line, del “Vamos a contar mentiras”, hoy toca votar. ¡Si al menos nos hubieran resuelto dudas tan esenciales como por qué las ovejas no encogen cuando llueve y los jerséis de lana sí; si un parto en la calle, es alumbrado público; ¿dónde está la otra mitad de Oriente Medio...? Acabada la campaña, decía, llega, ¡por fin!, hoy, la hora del voto, con una pregunta inevitable: ¿hay que votar?
Ya dije al principio que no, es un derecho. En democracia, hay cuatro opciones: abstenerse, votar a un partido, votar nulo o hacerlo en blanco, igualmente democráticas, legítimas y válidas, porque suponen la manifestación de voluntad del ciudadano, libremente emitida: la abstención es el voto más amargo y puede significar tanto un desentenderse de todo o un “no voto porque no tengo opinión o confianza o no me fío de ninguno o me tenéis harto, panda de inútiles...” Y pongo un ejemplo muy elemental: si Vd. va a una tienda y no encuentra lo que ha ido a comprar, se abstiene, no compra una cafetera si lo que buscaba era una camisa. Por la misma razón, ¿por qué tiene que votar algo que no comparte? Y si, encima, Vd., sabe que, luego, con su voto van a hacer lo que a ellos les interese en contra de los intereses de Vd., ¡como para ir a votar, vaya! Teniendo en cuenta, además, que cuando se invoca el voto útil, cada uno vale sólo 1/34.700.373 del censo. El llamado voto útil es, pues, prácticamente inútil.
Y no se extrañe si hoy gana el Partido de la Abstención, pese a lo paradójico de que en una votación venza el no votado. Pero paradójico no quiere decir infrecuente. Es, casi todo lo contrario.
Pacma, me pasma Pacma es el acrónimo del Partido Animalista contra el Mal Trato, que defiende también el vegetarianismo y el veganismo.En estos días de campaña electoral ha tenido una notable presencia mediática, lo que sería muy respetable de no ser –lo he visto en televisión- por el empleo de mentiras, como lo relativo al manejo del toro en el campo.Quien defiende los derechos de los animales (sic.) no puede a base de mentiras intencionadas. ¿Está debidamente inscrito y autorizado en el Ministerio del Interior?
El que entra de papa, sale de cardenal En el segundo de los debates electorales, Pablo Iglesias metió la pata por falta de conocimientos del refranero. El refrán erróneamente citado dice que en el Cónclave para elegir Papa, el que entra Papa –por favorito- sale Cardenal, es decir, no hay favoritismo posible, pues esa función corresponde en exclusiva al Espíritu Santo.Hoy, en España no hay Cónclave pero sí votaciones, y saldrá fumata blanca y muchas negras. ¿Se atreve a hacer un pronóstico? No necesariamente la blanca significará Presidente.
La Feria del Libro Me engaño diciéndome que renuncio a ir a la Feria del Libro de Almería, cuando la verdad es que no renuncio, sino que no puedo ir porque no me dan permiso en el Hospital Quirón, de Madrid, en el que, con una pausa de quince días, llevo internado desde el 21 de diciembre. ¡Cuántos actos íntimos, familiares y/o entrañables me he perdido!Me estoy descascarillando de placeres, pero sigo la Feria en La Voz, confío en que algún amigo me envíe un libro y a los libreros les vaya de bien lo que a mí de mal.
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