En las semanas que precedieron al domingo electoral la estrategia seguida por el PP me ha hecho regresar varias veces a la escena espectacular de “El cazador”, la excelente cinta de Michael Cimino, en la que Nick (Christopher Walker) desoye, una y otra vez y otra y otra, las petición desesperada de su amigo Michael (Robert De Niro) y continúa impulsivamente apuntándose con el cañón a la sien en medio del griterío de los apostantes y el enloquecido delirio del protagonista del juego.
La memoria es débil, pero, quizá, la primera vez que regresé a los fotogramas del infame garito vietnamita fue la mañana en la que Casado alentó la subida del líder de VOX al escenario madrileño de la plaza de Colón. Aquella foto, que abrió informativos y periódicos, fue la consagración de la primavera de Abascal y el inicio del camino hacia el otoño de su ingenuo anfitrión. Aquel día el PP reiteró con publicidad y alevosía la decisión de sentarse a la mesa con la ultraderecha- ya lo hizo tras las andaluzas y la jugada le salió bien- comenzando otra ruleta rusa endiablada en la que Abascal nunca disparaba mientras Casado cargaba el tambor de su pistola con las balas argumentales de quien elevó a la condición de aliado sin darse cuenta de que estaba sentado frente a su peor enemigo.
En el atardecer tardío del 28A el tambor estaba tan lleno de balas que en el silencio estremecido de la séptima planta de Génova 13 solo sonó el estruendo de un disparo. La partida había llegado a su fin. El deseado aliado se convertía en el proveedor de la pólvora que había hecho saltar por los aires, no la carrera política de Casado, sino la hegemonía del PP en el centro derecha español.
Muchas son las causas que han provocado el derrumbe del partido que ha llegado a perder 67 escaños en apenas tres años y no hay que situar entre las de menor cuantía la torpeza inactividad de Rajoy ante el conflicto catalán o su obstinada obcecación en no percibir la frustración acumulada de millones de jóvenes abocados sin perspectiva al pudridero emocional del paro, el continuo deterioro económico de la clase media o la aparición de un precariado del siglo veintiuno (sustituyente del viejo proletariado del siglo diecinueve) sin trabajo estable y con sueldos de miseria.
Rajoy y su gobierno sacaron a España de la crisis en la que nos hundió las circunstancias internacionales y la incapacidad infinita de Zapatero, pero lo hicieron sin caer en la cuenta de que no siempre deben ser los mismos los que pongan la mejilla para recibir la bofetada. Los ricos españoles salieron más ricos de la crisis mientras los pobres salieron más pobres y eso, en política, se acaba pagando.
Pero no a un precio tan alto como el pagado por el PP en la jornada del domingo. Para el destrozo popular ha sido determinante la colaboración de Abascal y la cooperación necesaria, aunque inconscientemente suicida, de la dirección del PP.
Cuando un partido asume con fervor impostado el relato que defiende su adversario está condenado al fracaso. Desde que fue elegido en primarias, Casado, con sus improvisaciones y, a veces, excentricidades, se ha comportado con frecuencia más como un presidente de Nuevas Generaciones, que si puede estar obligado a ciertas extravagancias, que como líder de un gran partido en el que el dominio de los tiempos y la situación es el primer mandamiento a cumplir. A la política hay que llegar aprendido y, cuando se aspira al liderazgo, hay que haber sacado notable en captación de los estados emocionales de los ciudadanos, sobresaliente en asunción de la realidad y matrícula en gestión para decepciones sobrevenidas en noches electorales. Los másteres acelerados pueden alcanzarse sin asistencia presencial a clase, sin trabajo fin de carrera o con tesis escritas en noches de copia y chuletaje. Pero la política es una carrera de fondo mas sería, mucho más sería. Y más arriesgada.
Por eso no se entiende que nadie aconsejara cambiar el rumbo a Casado cuando la travesía que recorría era la marcada por VOX. Como no se entiende su complacida complicidad con algunas posiciones sobre el aborto, la eutanasia, la ley de violencia de género y tantos otros temas que lo alejaban de la moderación centrista y, por tanto, del granero de votos que da o quita mayorías. Entre el original y la copia, el lector acaba optando por el primero y esa decisión, tan lógica, tan de sentido común, acaba- ha acabado- situando a la segunda tan cercada por la tercera posición que ya siente el escalofrío del pánico a ser superado por Ciudadanos.
Pero lo peor de esta actitud de seguidismo casadista de las consignas de VOX es que, al hacer de la arenga populista uno de los pilares de su discurso, lo que conseguía era, no solo fortalecer las posiciones de Abascal (la proclamación de contar en su futuro gobierno con representantes de VOX a cuarenta y ocho horas de la jornada electoral se estudiara en los manuales de cómo perder votos pretendiendo ganarlos), sino que, al asumir los postulados de las extrema derecha, estaba movilizando el voto de la izquierda.
Frente al pragmatismo del votante de la derecha, el votante de izquierda siempre ha encontrado en la abstención el refugio para un pretendido purismo ideológico del que históricamente ha alardeado exhibiendo una buscada superioridad moral que dejaba en paz su conciencia aunque el partido quedara en inferioridad de votos.
Las arengas imperiales del filofalangismo de VOX fueron replicadas por el serial de la exhumación de Franco, el anuncio del apocalipsis socialista encontró su réplica en la épica del “No pasarán”, recorriendo así en un bucle permanente que despertó al votante de izquierdas de su letargo y, tal vez en más casos de los que se intuyen, le incitó a votar a Sánchez aunque fuese tapándose la nariz por su calculada ambigüedad con el independentismo y la estrategia de la improvisación.
Cuanto más multitudinarios eran los mítines de Abascal más se desperezaba el votante socialista recluido en la abstención. El repique por el PP de las consignas lanzadas en esos actos para que los enfervorizados que las escuchaban volvieran a la casa común de la derecha que era el PP solo servia como despertador de la pasividad socialista y el voto útil hacia a este partido. Ahí esta el resultado: una participación abrumadora que favoreció principalmente al PSOE.
Pero si VOX ha facilitado la permanencia de Sánchez en La Moncloa (insisto: facilitado; quienes le han dado la victoria han sido los ciudadanos libremente con sus votos), no debería olvidar el PP que la causa de la causa del mal causado (la debacle electoral de este partido) fue alentada por Aznar cuando, dominado por los celos y la animadversión hacia Rajoy, dio alas a Ciudadanos y, más tarde, a VOX y colaboró a convertirlo en llamarada. Un fuego que puede acabar devorando un partido que debe reflexionar sobre los errores cometidos porque en la política, como en la vida, unas veces se gana pero siempre se aprende. O se debe aprender.
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