Las especulaciones y cálculos acerca de cómo tratará Pedro Sánchez de formar un Gobierno que le garantice el poder durante cuatro años de Legislatura animan el ya de por sí movido panorama político nacional. La 'vía Garamendi', que adelanto que me parece muy conveniente para los intereses del país, ha sido la última propuesta. Pero, para salir adelante, necesita de grandes dosis de generosidad, realismo y altura de miras por parte de todas las fuerzas políticas. Y debo decir que la acogida inicial no me ha parecido precisamente entusiasta.
Insta el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, a Ciudadanos y Partido Popular para que se abstengan en la sesión de investidura de Pedro Sánchez como presidente, de manera que el socialista pueda gobernar solo, sin necesidad de recurrir a Podemos y a otros de los 'compañeros de viaje' que facilitaron, en su día, hace diez meses, el ascenso de Sánchez a La Moncloa. Las formaciones naranja y 'popular' quedarían, así, como oposición constructiva, apoyando puntualmente transformaciones y proyectos que cada una de ellas consideren de interés para el país y tratando de bloquear iniciativas del Ejecutivo socialista que les parezcan lesivas.
No tengo, lo reconozco, informaciones alentadoras sobre la acogida de esta propuesta en ninguno de los tres partidos afectados. Y menos aún en el cuarto, Podemos, que basa su estrategia inmediata en un pacto de coalición con el PSOE, metiendo ministros en el Ejecutivo que forme Sánchez tras su investidura. Ni Albert Rivera ni Pablo Casado parecen estar por la labor. No parecen percibir, ni siquiera el segundo tras el enorme varapalo sufrido por el Partido Popular, que estamos en una nueva época y que lo que antes podría ser simplemente desacertado ahora sería muy gravemente inconveniente: el electorado ha rechazado el frentismo radical y las acusaciones disparatadas contra el Gobierno, los planteamientos de 'solamente dureza' respecto del secesionismo catalán e incluso desde el propio PP se alzan voces pidiendo un giro al centro, abandonando la 'derecha dura'.
Ni tampoco los socialistas se muestran, hasta donde se me alcanza, demasiado ansiosos por inclinarse hacia la generosidad que comportaría que les dejen, inicialmente, gobernar en solitario: para ello, lo idónea sería renunciar a 'meter amigos y correligionarios' en las empresas públicas, a nombrar a miembros del PSOE en las presidencias del Congreso y del Senado, a cualquier injerencia en los medios públicos y en las instituciones. Me parece olfatear que para nada está el PSOE dispuesto a consensuar puestos en el Legislativo, en el Judicial ni en esos rentables apéndices del Ejecutivo que abarcan desde a los servicios secretos (ahora tocaría renovar el CNI) hasta las presidencias mejor pagadas en empresas públicas.
Teme Garamendi que, si no es capaz de asegurar la formación de un Gobierno con Ciudadanos -que se ha negado rotundamente a una coalición de centro-izquierda con el PSOE- y si el PP no se abstiene, para luego ejercer una oposición crítica pero constructiva, Sánchez, para mantenerse en el cargo, recurra a aquel llamado 'Gobierno Frankenstein'. Ya recuerdan: aquel en el que el PSOE era respaldado, desde fuera, por la formación de Pablo Iglesias, por los separatistas catalanes, los nacionalistas vascos y hasta por los separatistas de Bildu, a los que convencionalmente se tilda de 'herederos de ETA'. Y, claro, esta amalgama gusta poco a la patronal, a la Banca y a no pocas instituciones: consideran que el 'statu quo' económico y social podría saltar hecho pedazos.
Pienso que la sugerencia del presidente de la patronal facilitaría que se atenúen los dos bandos que han venido alimentando su mutua hostilidad, haciendo hoy imposible pensar en cuestiones como cualquier reforma constitucional, electoral, educativa, laboral, económica o incluso social. Y contribuiría a expandir la idea de que nos hallamos, efectivamente, ante esa segunda transición que algunos sectores se niegan a admitir, pese a que se trata de un hecho obvio.
La vieja política, aquella que hizo a Pablo Iglesias, hace tres años, exigir ministerios, servicios secretos, televisiones y una vicepresidencia a cambio de apoyar, "como una sonrisa del destino", la investidura de Sánchez, ha pasado ya a la historia; que el secretario general de Podemos se haya atrevido a pedir para sí, hace pocas semanas, nada menos que el Ministerio del Interior, muestra que repite sus errores de enero de 2016 y que no ha entendido gran cosa de por dónde anda el juego. Él, tampoco. Me gustaría poder decir otra cosa, pero me parece que esa 'vía Garamendi' ha entrado, valga la redundancia, en vía muerta.
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