Es la primera vez que vengo a este bar, el suelo está cubierto por una tupida alfombra verde. Dos mesas más allá hay una jirafa. Con su cuello y sus manchas marrones, pero no tiene cuernos. Tengo miedo porque es muy grande la jirafa, si me descuido podría comerse mi tapa desde su mesa. Estira disimuladamente el cuello para ver los mensajes de wasap que su pareja está enviando. Luego, ella, la chica cebra, con una camiseta de rayas sobre el resto de las rayas, se va trotando al servicio y deja su móvil sobre la mesa. Me quedo pensando si las rayas son negras sobre un fondo blanco o blancas sobre un fondo negro.
La jirafa sabe la clave de su teléfono, y yo soy James Stewart en La ventana indiscreta, estoy inválido, no puedo hacer mucho por evitar que asesine el teléfono, así que llamo al camarero. Viene resoplando, pero no es un camarero, es un rinoceronte, tiene un grano enorme en la nariz, parece enfadado porque los rinocerontes están siempre como enfadados, no saben por qué, pero lo están. Le digo al rinoceronte que le doy 10€ si distrae a la jirafa de la mesa de al lado, solo lo suficiente para que a su acompañante le dé tiempo a regresar del baño. Coge los 10€ y se va a la mesa de la jirafa a preguntarle si desea tomar algo más, le repite la carta dos veces.
La jirafa no le hace caso y le da con la pata para quitárselo de encima, tiene prisa en mirar el móvil. Entonces le enseño desde lejos un billete de 20€ al rinoceronte, estoy seguro de que puede hacerlo mejor. Y éste se pone a limpiarle la mesa con la bayeta, venga limpiar y a charlar sobre la tapa del día, se pone muy pesado porque es muy pesado. No le deja fisgonear el móvil en paz, el rinoceronte hace su trabajo concienzudamente.
Es entonces cuando la chica cebra regresa del baño a su mesa dando saltitos, parece feliz y le lame el cuello a la jirafa. El camarero se acerca a mi mesa y con mi trompa de elefante le entregó los 20€ acordados, le clavo el billete en el cuerno de pelo.
—¿Por qué lo has hecho me pregunta? —Porque hay cierto corporativismo entre los grandes herbívoros, y porque yo soy un elefante y tengo memoria, solo eso tengo, vivo dentro de ella, es como una base de datos virtual, mi big data —le respondo al rinoceronte y añado, ¿sabes dónde queda el cementerio de elefantes? Estoy muy muy cansado, quiero morir con los míos, ha llegado mi hora. —Está lejos de aquí. Sigue a las luciérnagas. —¿Cómo sabré que he llegado. —Hay un cartel de neón, siempre hay colores azules.
Pago y me voy lenta y pesadamente, cojeo de una pata.
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