Juan Manuel Gil
22:08 • 27 sept. 2011
Tú ya conoces parte de esta historia. Cuando el casero dejó un segundo juego de llaves sobre la mesa y abandonó la vivienda, el hombre comprobó que todas las persianas subían y bajaban, se aproximó a las paredes y puso atención a los ruidos que le llegaban desde los apartamentos vecinos y observó la generosidad y fuerza con que salía el agua de los grifos. Recuérdalo, es importante. No lo hizo delante del propietario porque era la primera vez que alquilaba una casa y supuso que aquel ritual podía considerarse una descortesía o, peor aún, evidenciar un exceso de inexperiencia. La cuestión es que no tardó más de diez minutos en hacer todo eso y acabó sentado en una de las esquemáticas sillas de la cocina. Hasta aquella casa había arrastrado dos maletas, una gran bolsa deportiva y una especie de maletín -que nunca antes fue maletín- donde guardaba el ordenador portátil. Éste es el punto de inflexión. Aquí llega. Porque es entonces cuando recuerda que todo eso sigue amontonado en el pasillo de la entrada. Se levanta, va hasta allí, comienza a arrastrar los bultos y, mientras lo hace, dice bien claro: Aquí no está todo, pero sí lo suficiente. Que es lo mismo que se ha ido repitiendo durante las últimas doce horas de autobús. Doce. Como una especie de letanía. Como una infinita broma absurda. Aquí no está todo, pero sí lo suficiente. Hazme un favor: repítelo en voz alta y verás qué hondo suena. Tienes tiempo de sobra. Mientras lo haces, el hombre sigue a lo suyo. En realidad, colocar todas sus pertenencias le va a llevar unas cuatro o cinco horas. Después, sencillamente, empezará a vivir en su nueva casa y todo habrá acabado. Pero claro, a ti, que conoces parte de la historia, o que la intuyes escurriéndose entre líneas, no te va a resultar suficiente. Así que es probable que comiences a pensar que hay algo extraño detrás de todo esto. Porque puede que tú ya sepas lo que es sentirse solo en una ciudad nueva. O arrastrar pedazos de lo que sea en una maleta. O desear que los vecinos no sepan de ti, abrir cada mañana las ventanas de par en par y buscar que el agua fría te alivie la nuca. Porque puede que tú alguna vez te hayas sentido exactamente así y, en consecuencia, esté de más que yo siga escribiendo. Sabemos que en este texto no está todo. Es verdad. Pero puede que sí lo suficiente.
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