Creo que fue el primero que anotó el cambio de criterio de Pedro Sánchez, respecto a Vox, uno de esos virajes que siempre sorprenden a todos los que todavía estamos en primero de Sánchez. Un par de semanas antes de las elecciones, el presidente en funciones del Gobierno expresaba su grave preocupación porque Vox estuviera presente en los debates televisivos. Le parecía una injusticia tan evidente, a pesar de ser un partido entonces sin representación parlamentaria, que de una manera, que debía emocionar a los militantes de Vox, puso todo su empeño en que adquirieran visibilidad en los debates. Incluso estuvo a punto de no ir al de TVE, porque no iban a estar los de Vox.
Pasadas las elecciones, aquella preocupación por la falta de oportunidades cometida con Vox, no sólo se ha dulcificado, sino que parece que ni siquiera va a dialogar con ellos, a pesar de que fueron votados por más de dos millones y medio de españoles.
Estas variaciones de rumbo ya nos las explicó Celáa, debidas a que Sánchez pensaba una cosa sobre Cataluña antes de la moción de censura y, otra, distinta, cuando la moción de censura le llevó a la Moncloa. Y no es que sea una persona veleta, cambiante o variable, ni mucho menos, sino porque ese Sánchez no tiene mucho que ver con el anterior. Y, de la misma manera, el Sánchez de dos semanas antes de las elecciones, el que debía dormir intranquilo por las noches porque se menospreciaba a Vox en los debates, no tiene nada que ver con el que no quiere hablar con un partido que representa a dos millones y medio de españoles.
Muchos españoles ya tuvimos problemas de comprensión teológica con el misterio de la Santísima Trinidad, pero eso no fue nada comparado con el misterio de Sánchez, donde puede caber que el de la mañana no se parezca en casi nada al de la tarde. Menos mal que vamos a tener cuatro años por delante para intentar comprender esta fabulosa cuestión de personalidad desdoblada.
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