Comprendo que la súbita y muy grave enfermedad de Alfredo Pérez-Rubalcaba, por la que ha fallecido este viernes, haya distorsionado la campaña electoral. Porque hay ocasiones extraordinarias en las que es preciso detenerse un instante, volver la vista atrás y comprobar que existen otras políticas posibles, distintas, distantes y seguramente mejores que las que ahora practican algunos, incluso en el propio partido del enfermo.
No es que yo vaya a elogiar sin tasa ni medida a Pérez-Rubalcaba, a quien conozco creo que bastante bien y de quien en los últimos años me distancié porque no le gustó, creo, algo que sobre él publiqué y que entendió, contra mi criterio, que trascendía a su dimensión pública y política. Pero le admiré y le admiro en su paso por distintas responsabilidades, tanto en el Ministerio de Educación como en la vicepresidencia del Gobierno y como candidato del PSOE, cuando supo defender con valor, y contra muchos de los suyos, la pervivencia de la Monarquía en momentos difíciles.
Pero donde más le valoré fue a su paso por el Ministerio del Interior, donde fue duramente combatido por una oposición -recuérdese el 'caso bar Faisán'_ que no quiso entonces comprender su decisivo papel a la hora de negociar con ETA para acabar con ella, un mérito que hago extensivo al entonces presidente Rodríguez Zapatero.
Ojalá alguna vez hubiese cedido a la tentación de dejarnos sus memorias escritas. Sabía mucho, de muchos. Y administraba bien su información. Cuando yo preparaba un libro sobre la negociación con ETA, me recibió en su despacho de Interior, en el Paseo de la Castellana. No me negó que tenía una idea muy cercana sobre el paradero de Josu Ternera, negociador con el Gobierno por parte de ETA y uno de los misterios que perduran de todo un proceso que condujo, finalmente, a la liquidación de la banda terrorista, que había sido una pesadilla para los vascos, y para todos los españoles, durante muchas décadas.
-ETA va a hacer pronto público un comunicado importante- me dijo en aquella ocasión.
Le pregunté por qué sabía que se aproximaba la publicación de ese comunicado, y quise saber cómo sabía él que era importante.
-Porque el comunicado es este- me dijo, tendiéndome un par de folios pulcramente mecanografiados.
Apenas pude retener el papel en mis manos unos segundos, los suficientes para comprobar, dos días después, cuando ETA hizo público el comunicado, que el texto era el mismo que Rubalcaba me había dejado entrever. Mi respeto hacia él se incrementó en ese momento. Y nunca más dudé de que estábamos ante algo muy difícil de encontrar por este secarral político: un hombre de Estado.
Lo mejor para ti, Alfredo.
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