Ayer se celebró el 910 aniversario de la muerte del fundador de Santo Domingo de la Calzada, ciudad riojana destacada en el Camino compostelano, históricamente conocida por la leyenda del gallo, la gallina y el ahorcado, de la que hasta se hizo eco en sus memorias el presidente de le Segunda República, Manuel Azaña. Según el relato, una familia que peregrinaba a Santiago se hospedó en un mesón, donde la hija del dueño se enamoró perdidamente del hijo del matrimonio. Ante la resistencia del mancebo a las insinuaciones de la moza, ésta se vengó y ocultó en su morral una copa de plata para luego denunciarlo. El joven fue condenado y ahorcado. Cuando los padres regresaron de Santiago lo encontraron vivo y dieron cuenta al juez, quien estaba a punto de trinchar una gallina. Tras escucharles, soltó una carcajada y añadió: ¡Tan cierto es el cuento que me narráis como que esta gallina está viva¡. En ese momento el animal se incorporó y saltó fuera del plato. Su señoría liberó al ahorcado y castigó a la moza. El hecho fue considerado un milagro del santo, por lo que frente a su mausoleo, en la Catedral calzatense, se construyó un artístico gallinero donde desde entonces habitan de forma permanente una gallina y un gallo vivos que periódicamente se renuevan para perpetuar el milagro que dio origen al dicho: “Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada”. La pareja de aves vive acomodada en el templo catedralicio y los turistas que lo visitan no se sienten perturbados por los cacareos de tan originales inquilinos.
Con motivo de la asistencia un congreso académico en Braga (Portugal),hace poco visité, junto al río Cádavo, uno de los rincones más bonitos del país y origen de uno de los símbolos que mejor representa a los vecinos lusos: el famoso Gallo portugués de Barcelos, que también cantó cuando iba a ser engullido. Un ícono engendrado por una leyenda muy parecida a la del santo riojano. Entre tanto gallo, vivo o de cerámica, casi nadie ve alterado su descanso. Sin embargo, no todo el personal tolera el “cloclo” ni el “kikiriki” de esta fauna avícola, pese a que, supuestamente, acuda al mundo rural para disfrutarlo en toda su “plenitud”.
El caso del cierre judicial de un gallinero en Cangas de Onís por los decibelios del canto de sus moradores, que molestaban a los huéspedes de un establecimiento de “turismo rural”, ha sido noticia de alcance, sobre todo por al video viral del ganadero Nel Cañedo, que ha puesto en solfa al autor de la resolución judicial, al propietario del hotel y a los sensibles huéspedes que nadie acierta a saber qué esperaban encontrar en un entorno rural como el del enclave asturiano.
El caso de Cangas no es nada nuevo, pues el desencuentro por los trinos avícolas entre dueños de negocios de turismo rural y agricultores-ganaderos titulares de gallineros es bastante frecuente. Al parecer, algunos usuarios del llamado turismo rural, carentes de la más mínima sensibilidad con el medio, tienen un erróneo concepto del mismo o son unos supinos ignorantes del mundo que hay más allá del asfalto. Quienes compartimos la vida urbana con la rural, disfrutamos en este último hábitat de su variada y hermosa oferta, incluido el canto de las gallináceas, controlado por su reloj biológico y por otras circunstancias como la aparición de la luz o el sonido de otras aves, factores que motivan el canto de medianoche de los gallos que no están castrados. No obstante, los gallos cantan durante todo el día, aunque concentran su “kikiriki” en ciertos momentos: el amanecer, mediodía, media tarde y a mitad de la noche, entre las tres y las cinco de la mañana. De esta forma no hacen sino advertir a sus competidores del gallinero que ellos son los que mandan, al igual que usan su canto para llamar a la comida o para atraer a las hembras y “pisarlas”. Con sentencias como la de Cangas, a partir de ahora los galantes gallos tendrán que pedir permiso a los turistas tiquismiquis y, por supuesto, solicitar la venia de su señoría para cortejar a la más bella pita del corral o para convocar a la mesa. Claro que los gallos también pueden sublevarse y ensordecer a quienes su canto perturba, además de dejar al juez como a su antepasado de Morón de la Frontera: desnudo y apaleado, es decir, sin plumas y cacareando en la mejor ocasión…como el Gallo de Morón.
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