Agazapadas tras unas elecciones generales que lo fagocitan todo y unas elecciones municipales que ponen el foco en las distancias cortas, se encuentran unas elecciones europeas. Posiblemente, las más trascendentes de la historia de la Unión.
Nos jugamos mucho, no sólo saber cómo quedará conformado el Parlamento, ni quien tendrá más opciones de ser el Presidente de la Comisión. La Unión Europea se juega su propio futuro con importantes frente.
La difícil articulación de la salida del Reino Unido y su participación in extremis en estas elecciones las van a convertir en un auténtico plebiscito para Theresa May y para los partidarios del Brexit. También para los renuentes defensores en el laborismo de un segundo referéndum, quiénes deberán hacer de éste una bandera explícita en la campaña para capitalizar ese apoyo.
El segundo frente está protagonizado por los partidos populistas, euroescepcticos, eurófobos y los directamente contrarios no sólo a la Unión Europea sino a los principios democráticos y liberales.
Han sido las elecciones al Parlamento Europeo escaparate global a una ingente cantidad de formaciones políticas que ponen en cuestión a la UE y el sistema de derechos y libertades en el que se fundamenta. La proliferación de estas formaciones extremistas es un peligro para la estabilidad y desarrollo de la UE y para los propios estados. Ya no se trata de una aparición testimonial, tienen peso específico y capacidad para condicionar la formación de gobiernos o políticas concretas allí donde se les permite, como ha sido el caso de Andalucía por parte del Partido Popular y de Ciudadanos.
El tercer frente es el de las políticas económicas, sociales y laborales de la UE. Es necesario que Europa dé un salto cualitativo en la conformación del pilar social, en el establecimiento de un derecho social común a todos los países de la Unión.
En el plano global, los desafíos que plantean Rusia, China o Estados Unidos requieren una Unión Europea fuerte que pueda hacerles frente en terreno económico, en el político y progresivamente también en el militar, desarrollando su autonomía.
El reto europeo también lo es para Almería. Sorprende que una provincia cuya renta proviene principalmente del turismo y de la exportación agrícola haya manifestado un apoyo notable en los últimos procesos electorales a un partido cuyo programa es completamente contrario a los intereses económicos y sociales de la provincia. No puedo creer que los adalides de la eurofobia, la xenofobia y la grandeur tengan ni siquiera una alternativa al bienestar que esos sectores proporcionan. Cuando nos gobernaron bajo esas premisas hace cuarenta años ya sabemos que fue de Almería: esparto y legaña. Las banderas, sean del color que sean, no dan de comer. Las políticas sociales socialdemócratas y democratacristianas que forjaron a la Unión Europea han propiciado el mayor periodo de prosperidad y de paz en el continente. No podemos frivolizar con el retorno al nacionalismo huraño y al fascismo. Europa se juega mucho, Almería también.
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