La “fatiga” democrática debería terminar hoy, después de un ciclo electoral interminable de cuatro años que no sólo no ha acabado con la inestabilidad, sino que la ha fortalecido. Pero no necesariamente va a suceder eso, aunque la gran mayoría lo reclame. Hemos entrado en una época, y no solo a nivel nacional o europeo, en la que nada es seguro ni firme y faltan líderes e ideas capaces de llevar adelante políticas estables y coherentes. La política y la sociedad son “líquidas”, cambiantes, incapaces de encontrar soluciones a los problemas. En la política nacional, todo está pendiente de los pactos y así va a ser, seguramente, durante mucho tiempo porque nadie parece capaz de aglutinar una mayoría suficiente.
Hay dos ámbitos diferentes, aunque complementarios: el nacional y el europeo. Aunque muchos ciudadanos, y no pocos políticos, lo ignoran o lo olvidan, la mayoría de las leyes españolas son hoy transposiciones de directivas europeas. Muchas de las decisiones económicas se toman en Bruselas y, si las cosas avanzan en la dirección correcta, cada vez cederemos más poder a Bruselas. Los españoles somos europeístas, pero más de boquilla que de hecho. La solución a muchos de nuestros problemas pasados ha venido de Europa y solo integrados en una Europa fuerte, podremos influir en un mundo cada vez más global. Una Europa fuerte significa tener más oportunidades para los españoles.
Para lograr ese objetivo harán falta pactos a nivel europeo. Y para poder gobernar en España, también. A nivel nacional, en los ayuntamientos, en comunidades autónomas... Sánchez ha esperado voluntariamente hasta el 27-M, para aprovechar el tirón del 28-A, pero ahora ya tiene que marcar el rumbo que realmente quiere para los próximos cuatro años. Lo más probable es el acuerdo con Podemos y el PNV, pero, ya lo he dicho, lo mejor para todos sería un acuerdo de grandes pactos con el PP y con Cs, en la medida de lo posible también con Podemos, para garantizar el acuerdo máximo en asuntos como la fiscalidad, la educación, la sanidad, las pensiones, la política territorial, la inmigración y la justicia, que es la gran olvidada y maltratada de las últimas décadas. Vertebrar la España desvertebrada y construir unas bases sólidas de un proyecto de país a medio plazo debería ser un objetivo común, lo más común posible.
No parece probable que vaya a ser así. Pero se equivocará Sánchez si cree que puede solucionar solo los problemas de España, si deja que algunas de las máximas autoridades de la nación tengan reparo en cumplir la ley o animen a acabar con la independencia judicial y la separación de poderes da poder a quienes pueden poner en riesgo las libertades y la propia democracia. Se trata de gobernar para todos y de recuperar la fe en la clase política, no de acabar con los contrarios. No es tiempo de enemigos, sino de adversarios. Y, sobre todo, es tiempo de estadistas. ¡Ojalá no nos dejen mal!
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