Mujeres con carros de la compra

Mujeres con carros de la compra

Juan José Ceba
01:00 • 02 oct. 2011
Ocho mujeres, conocidas nuestras, bajaban por la rambla que lleva el nombre del poeta. Las vimos avanzar con sus carritos de la compra. Vendrán de la fiesta consumista de algún supermercado, aventuramos. Pero, la bolsa marsupial de cada uno de los carros, iba vacía, deshabitada, con largo ayuno impuesto. Llevaban una dignidad de madres resistentes, muy a pesar de la derrota de cada día. (Parecían las desheredadas, las aniquiladas de todos los tiempos). Era un grupo que arrastraba sus nadas rodantes. Una acumulación de nadas, ausencias y oquedades. La carencia completa. Hablaban entre ellas, o dejaban una copla iniciada en las ramas de los árboles. La pobreza absoluta, por los siglos y siglos, caminaba en dirección al mar. La muchedumbre paseante, con su larga cola de perfume, parecía no verlas. Las mujeres se habían congregado ante varios contenedores, arcas de los deshechos de los ricos, congregación de tesoros en descomposición, mercado abierto, autoservicio, de una hedionda sociedad del bienestar. Iban sacando sus hallazgos, materiales de toda laya, restos de alimentos, botellas, telas, desgarradas prendas que fueron de vestir, carteras inservibles, libros sin hojear, y un diario arrugado, con declaraciones en torno al desarrollo sostenible. Ellas, diosas de la entereza y de la resistencia (desde la antigüedad al mañana) hurgaban en el fondo de los contenedores, persiguiendo los asideros de la supervivencia de su prole. En esta acción desesperada se les juntaban todas las injusticias y las frustraciones padecidas. En aquella misma hora, en su ciudad -y en otros sitios de la tierra- no sólo se afanaban ocho madres en recolectar su cosecha de deshechos, sino una multitud de criaturas humilladas, con sus carros de la compra, anhelantes de encontrar pequeñas cosas para subsistir. Una mujer gritó el encuentro de un tesoro. La vimos alzar de lo hondo del contenedor, como un triunfo, una barra de pan, más dura que alma de potentado. Aguardan en los barrios pobres los sobrevivientes, asediados por policías, quienes les quitan su pequeña mercancía de pescado, que les urge vender para evitar el hundimiento. Lorca entrevió el futuro: “Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes/ como recién salidas de un naufragio de sangre”. “El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,/ entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados”. Se escucha el gran aullido cívico del poeta, en la avenida de su nombre: “Yo denuncio a toda la gente/ que ignora la otra mitad”. “Este es el mundo, amigo, agonía, agonía”; “y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”. Queda la imagen de la tribu en retroceso. Cuánto esfuerzo de los dueños del oro en prolongar el hambre.






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