No es la primera ni será la última vez, pero la digestión electoral nos está proporcionando espectáculos poco alentadores en democracia. Una vez escrutados los votos depositados en las urnas, Ciudadanos, un partido determinante por su crecimiento y su condición de bisagra, ha decidido crear un comité de pactos a nivel nacional para decidir los acuerdos locales. Otros no lo han explicitado, pero quizás actúen de la misma manera. Parece que el mensaje que se nos transmite es: ustedes voten a sus representantes locales que después, ya si eso, un sanedrín del partido desde Madrid ya decidirá los gobiernos locales y autonómicos que le salgan de sus fueros.
Observamos también como los sagrados principios proclamados en el pasado caducan en el momento en que se cierran los colegios electorales. Y así, quien defendía con uñas y dientes el gobierno de la lista más votada y se oponía a la conformación de coaliciones de perdedores, incluso estaba dispuesto a consagrarlo en la ley, sostiene ahora lo contrario. Mientras que quien obtuvo en las elecciones precedentes gobiernos locales por ese procedimiento, ahora lo pone en entredicho. Y convendría que se aclararan, para saber a qué atenernos.
En estas elecciones se ha producido una novedad añadida. Ciudadanos, un partido que podrá decidir el gobierno de un puñado de ayuntamientos y comunidades, exige a los elegidos del PSOE que renieguen de Sánchez para empezar a hablar de eventuales pactos, o que aclaren su posición sobre Cataluña si quieren recibir su apoyo para gobernar, pongamos, en Aranda de Duero. Y sorprende el contradiós que supone que esa exigencia casi religiosa no sea la misma para los representantes de Vox, a los que no se les obliga a renegar de Franco para aceptar sus eventuales apoyos.
La España autonómica se construyó para descentralizar el poder y acercarlo a los ciudadanos. Su voluntad se expresa en las urnas. Y cuando esa voluntad es difusa o permite, con los mismos votos, varias posibilidades de gobierno, son sus representantes elegidos los que tienen el derecho y el deber de articular mayorías en función de realidades, afinidades, acuerdos y estrategias que no pueden ser condicionadas por dirigentes que se reúnen en despachos lejanos sin haber concurrido a las elecciones. Al menos, creíamos que así debían funcionar las cosas. Si ha cambiado el cuento, comuníquese.
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