Nunca me ha gustado esa fórmula periodística que consiste en asegurar que el presidente del Gobierno u otra personalidad 'baraja' o 'sopesa' hacer tal cosa: es una manera de escapar de afirmaciones más contundentes, de certidumbres más concretas. Confieso que, aunque pueda tener algunas sospechas, ignoro lo que Pedro Sánchez pueda barajar o sopesar ante sus citas, sin duda importantes, de esta semana: encuentros a lo largo de apenas unas horas con Pablo Iglesias, con Pablo Casado y con Albert Rivera, en todos los casos en busca de garantizar la investidura. La de Sánchez, por supuesto.
Tampoco estoy seguro de que Sánchez haya perfeccionado su arte de pactar: eso lo vamos a comprobar a lo largo de esta semana. Sí sé que ha hecho bien convocando estos encuentros, supongo que en busca de acuerdos: el país no puede seguir paralizado, negociando ayuntamiento a ayuntamiento, autonomía por autonomía, a la espera de que toda esta barahúnda acabe y solo después comenzar a pensar en formar un Gobierno sólido y estable.
Nuestras fuerzas políticas llevan demasiado tiempo hostigándose mutuamente, diciéndose 'no es no', convencidos los líderes de que solo cada uno de ellos, y los suyos, representan la verdad y lo mejor para el país. Han hecho --y en ello todos tienen culpa, pero unos más que otros-- imposible la salida mediante una coalición, que estaba aconsejada por las urnas. Ahora quizá solo quede dejar a Sánchez gobernar en solitario, sin ataduras, impidiéndole cualquier tentación de volver a un gobierno como el que ha protagonizado este último año. No más Frankensteins, por favor.
Pero para eso, claro, Rivera o Casado, o ambos, tienen que cambiar sus rumbos. Son muchos, en sus propias formaciones, los que les piden que faciliten, de la manera más crítica que se pueda, la investidura de Sánchez. Y que nos dejemos de una vez de espadas de Damocles colocadas sobre nuestras cabezas por Podemos --Pablo Iglesias sigue, por cierto, perdiendo popularidad a chorros--, por el PNV con Navarra, por Esquerra con los presos, etcétera. Creo que una parte importante del país lo está reclamando, pero ellos siguen aferrados a la tesis de que hay que echar a Sánchez de La Moncloa, sin percibir que siete millones y medio de españoles han dicho lo contrario, para bien o para mal. Y que Sánchez, a su arrogante manera, tiene razón: no hay alternativa a él. O él, o él. Y él, con quien sea para seguir en La Moncloa.
Da la impresión de que los dos líderes del que podría ser llamado centro-derecha solo miran a las parcelas de poder que puedan corresponderles en el Ayuntamiento de Madrid, o en la Comunidad, o en Castilla y León, o... Hay ocho mil municipios en España que han de constituirse el próximo día quince, y varios cientos de ellos, entre los cuales los dos más importantes, siguen negociándose a cara de perro. Y, entretanto, el Parlamento cerrado, el Ejecutivo en funciones y varias leyes que nos exige Europa, a la espera. Son las consecuencias más visibles --hay otras subterráneas-- del dislate de haber convocado dos elecciones con un intervalo de un mes. Y de no haberse puesto a trabajar en serio en una reforma de la normativa electoral. Pero eso, en fin, ya está hecho.
Supongo que algo de esto les tendrá que decir Sánchez a sus interlocutores. Este es un país en funciones y eso hace que muchas cosas no funcionen, aunque ya hayamos comprobado que se puede vivir, y bastante bien, sin un Gobierno que todo lo tutele. Aunque no eternamente: esta semana tiene que darse el pistoletazo de salida hacia una Legislatura que puede, debe, acabar con una crisis política que está resultando catastrófica para la imagen exterior de España. Y para la imagen que nosotros mismos tenemos de nuestro, pese a todo, gran país.
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