Sobre la alfombra roja que centra el escenario, bajo la luz precisa, una silla negra es el punto de apoyo de la voz y la guitarra de la memoria de la lucha por la libertad que, como hace cincuenta años, puso a galopar a quienes asistían, aquella noche icónica del día dos de diciembre de 1969, al primer concierto que Paco Ibáñez ofrecía en el Olympia de París. Aquel memorable encuentro había surgido en el primer aniversario del Mayo del 68, en un recital en el patio central de La Sorbona ante varios miles de jóvenes que expandieron su rebelión al mundo. “La poesía es un arma cargada de futuro”, de Gabriel Celaya, fue la primera canción de aquel concierto histórico, al que también asistía el director del Olympia, quien no dudó en “fichar” al cantautor para el emblemático teatro parisino.
Medio siglo después, el hijo del ebanista anarquista y republicano pisa firme sobre las tablas de media España y Francia para celebrar los cincuenta años de su debut en el mítico escenario galo. Es domingo, nueve de junio, un incondicional auditorio, que se ha desplazado de casi toda la provincia, llena el espacio escénico de Vera y espera con cierta ansiedad la actuación del parisiense de alma vasca, a quien encuentro tras el telón empeñado en afilar las uñas de su mano con una lima: “Hay que cuidarlo todo y aquí me tienes intentándolo, aunque estoy a punto de comenzar.
Después nos vemos”. Pasadas las nueve de la noche la figura esbelta y voluminosa del hijo artístico de Georges Brassens, guitarra en mano, enciende el decorado con un prolongado aplauso de bienvenida por parte de la concurrencia, que el artista agradece con sinceridad. Tras una pequeña introducción, la voz limada del calendario regala las letrillas quevedianas de “La pobreza. El dinero”, a las que sigue la historia anónima de Abenámar. Entre canción y canción, el cantor relata el itinerario vital de su particular geografía, sobre todo cuando hasta los catorce años residió, junto a su madre y sus dos hermanos, en un caserío familiar de Euskadi, donde iba a cuidar las vacas –“mi primer público”- y les cantaba porque le salía de dentro, y “donde quitaba el dinero a mi tía para comprar canciones en San Sebastián”-. Aquella sensibilidad indujo a su padre a buscarle un profesor de violín, “que estaba medio tarumba”, hasta que su progenitor decidió que toda la familia pasara la frontera francesa para juntarse en Perpiñán. Era domingo, recordaba el cantautor. Los temas se suceden en gallego, en euskera, en francés, en catalán.. Los poetas habitan no sólo en su casa, sino que los lleva consigo, en sus composiciones, como “Canción del jinete”, de Federico García Lorca; momento oportuno para hablar de las castañuelas que creara en el taller de su padre, en París, que acompañan a los más importantes ballets europeos. Cuando llega el turno al Arcipreste de Hita, el escenario cuenta ya con la guitarra de Mario Mas, donde “Escucha, abandonada”, de José Agustín Goytisolo, levanta una fuerte ovación, así como el reconocimiento al Ché Guevara –“alguien que luchó por una causa noble y se libró de la disciplina del Partido Comunista”- con “Soldadito boliviano”.
Tras un descanso, León Felipe y “Como tú” reinician el mágico retorno del Olympia a Vera, y una sentencia :”Antes morir que hablar inglés”, junto al reconocimiento de la mujer con letras de Alfonsina Estorni y Damia. Miguel Hernández y sus “Andaluces de Jaén” siembran la sala de “bravos” para contagiar al público con los estribillos de “El lobito bueno” de Goytisolo”, y regalar una dosis de emotividad con “Palabras para Julia” , la canción que atraviesa los siglos y que cantan las mujeres uruguayas encarceladas para resistir su privación de libertad. Algo después de las once la palabra se hizo noche de verano machadiana con “Tus ojos me recuerdan”, para lanzar un mensaje a la intolerancia con Rafael Alberti y su “A galopar”, una interpretación que encendió los rescoldos de la larga lucha contra las dictaduras. Agradecido, como un monje de cabellos desordenados y barba dispareja, el cantautor de cantautores recaló en el sofá del camerino para tomar aliento”, hacerme una sugerencia: “Mejor escribe del concierto”, y confesarme que, pese a las llagas del tiempo, “hay que seguir adelante, siempre adelante y continuar en el escenario, porque vale la pena vivir para una canción”. Tras un personal encargo: “Un abrazo a Tato, el de la Tertulia”, el trovador intransigente y rebelde se reafirma en proseguir convirtiendo la poesía en un canto al amor, a la vida y a la libertad. Por muchos años…
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