Juan Manuel Gil
20:39 • 04 oct. 2011
Llevamos meses y meses reajustándonos. Quitándonos un poco de aquí para ponernos un poco más allá. Haciéndoles expedientes de regulación de empleo a nuestro corazón. Rompiendo las huchas a mordiscos. Contándonos mentiras piadosas frente al espejo de las mañanas. Llevamos una temporada francamente mala. Penosa, diría yo. Nos hemos quitado de encima el deporte en riguroso directo, el cine de los domingos, la camisa de estreno, el regalo por sorpresa y el SMS de buenas noches, cariño. Están mustias las macetas de los balcones. Corren tiempos difíciles: a uno le cuesta tanto quedarse dormido como despertarse. Es la crisis, dicen. Pero la crisis como animal escamoso, pestilente y resbaladizo que se nos anuda a las piernas. La crisis como gran agujero en la entrepierna del pantalón. Como esas vergonzosas indemnizaciones que los altos directivos de la banca ensalivan y se frotan contra la piel. Es nuestro pan de cada día. Duplicidad de sueldos, pensiones vitalicias, facturas a la remanguillé, comisiones ilegales, paraísos fiscales y complementos ocultos en la nómina del mes. Yo intento trabajármelo día a día, y resistirme y bracear y aguantar la respiración y buscar la superficie, pero se me está poniendo una cara de capullo difícil de justificar. Y es que una cosa parece evidente –simplificando-: o nuestros dirigentes políticos no saben qué demonios se tiene que hacer o, sencillamente, no son ellos los que manejan el cotarro y, en consecuencia, bailan al compás de una espantosa bestia que todos hemos alimentado. Entonces, quizá deberíamos tener la opción de votar directamente a Goldman Sachs, Standard & Poor’s, Fitch, Moody’s, FMI, BCE, Marcelino Botín y Florentino Pérez, por poner algunos ejemplos. A fin de cuentas es a ellos a quienes nuestros políticos rinden pleitesía cada vez que sueltan el mandoble en sanidad, educación, cultura, dependencia y reformas laborales, y, sin embargo, les falta valentía para hacerlo en las grandes transacciones financieras, en los sueldos de los altos directivos, en los más inútiles y decorativos cargos políticos –diputaciones y Senado- o en la calderilla –millones de euros- que nuestros dirigentes de lo público manejan en concepto de dietas, transporte, hospedaje y teléfono. Nada de esto es demagogia cuando todos los miembros de una familia están en el paro, los desahucios se producen a diario, los pequeños empresarios cierran sus negocios y el porcentaje de jóvenes desempleados es escalofriante. No digo yo que ésta sea la única solución al problema. La complejidad de la situación económica y social es indiscutible. Pero puestos a reajustar, que empiecen por ellos mismos de una puta vez.
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