Es lógico que Albert Rivera reciba presiones para que reconsidere la negativa de Ciudadanos (57 diputados) a apoyar la investidura de Pedro Sánchez evitando así que salga adelante con los votos de Podemos y los partidos separatistas catalanes. Recibe presiones procedentes de diversos sectores de la sociedad. No sólo de algunos de los ejecutivos de las empresas del Ibex.
También Pablo Iglesias apela a los líderes de CC.OO. y UGT para que presionen a Pedro Sánchez para que le nombre ministro. La diferencia, a la hora de analizar unas y otras iniciativas, es que lo que hace y dice el líder de Podemos cuenta en algunos medios de comunicación -sobre todo en las principales cadenas de televisión- con complacientes analistas mientras que al presidente de Ciudadanos no le pasan ni una. Hay dos pesos y dos medidas para enjuiciar los asuntos de la política española en función de los intereses de cada partido o en su caso cada medio de comunicación.
Son pocos los medios que le recuerdan a Iglesias sus contradicciones: ayer dinamitero de la Constitución, hoy misionero de la Carta Magna. A Rivera se le recuerda que Ciudadanos cambió su matriz original socialdemócrata para definirse como liberal, decisión que invita a su críticos calificarle como político veleta.
En relación con la cuestión de fondo -como hipótesis post electoral- tampoco sería una novedad que ante la evidencia de la aritmética parlamentaria algún político se viera obligado a reconocer que "dónde dije digo, ahora digo Diego".
Lo hemos visto más de una vez. Y no es para rasgarse las vestiduras. Ante la insuficiencia del Grupo Socialista (123 diputados) si Albert Rivera pacta con el PSOE para evitar que lo haga con Podemos y los separatistas -la misma composición de la moción de censura-, no sería ni un drama ni un desdoro para el líder naranja. Al contrario, si de esa alianza surgiera un Gobierno (con un programa pactado capaz de evitar ocurrencias y medidas demagógicas que pondrían en riesgo la recuperación económica), sería una noticia excelente para la mayoría de los españoles. El supuesto coste de imagen que tendría que pagar Ciudadanos tras semejante cambio de estrategia no pasa de ser una conjetura repetida de manera interesada por determinados medios y analistas. Cuando Winston Churchill anunció que cambiaba de partido para no cambiar de ideas, algunos críticos llegaron a escribir que se había acabado su carrera política. En realidad no había hecho más que empezar.
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Fermín Bocos