A punto de cerrarse el reparto del poder territorial entramos en cuenta atrás hacia la sesión de investidura del próximo presidente del Gobierno. Apunten como muy probable la fecha del martes 9 de julio. Haya o no haya agua en la piscina. Es el principal vector del análisis de vísperas. Lo que confiere a la pretensión de Pedro Sánchez un cierto carácter de órdago a la grande.
Consiste en ir a la investidura sin tener asegurados los apoyos suficientes para salir elegido, ni en primera ni en segunda votación. El reto está claro. Se trata de poner al PP y a Cs frente a sus deberes de fuerzas comprometidas con los intereses generales y la razón de Estado. Justo cuando fuerzas de acreditada aversión constitucional, como ERC y Bildu, sostienen que ellos no serán responsables de un eventual bloqueo de la gobernabilidad.
Regalo envenenado donde los haya. Pero Sánchez no le hace ascos. Al menos mientras esa disposición a facilitar la investidura sirva al candidato socialista como un stress-test para Pablo Casado y Albert Rivera. Si detestan a los enemigos de la unidad de España ahora tiene la ocasión de desactivarlos.
¿Cómo? Pues facilitando la investidura de Sánchez e incluso, como ha sugerido el expresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, mirando a Ciudadanos, formando con el Psoe una mayoría suficiente que garantice un Ejecutivo estable durante los próximos cuatro años.
También Rajoy, como sus sucesores, Sánchez en Moncloa y Casado en el PP, entienden que los votantes han otorgado a Albert Rivera el poder de librar a Sánchez del independentismo, que prefiere un Estado debilitado por querellas internas del bloque constitucional. Si su apuesta por favorecer con su abstención la investidura de Sánchez siembra enfrenta a los partidos comprometidos con la unidad de España, miel sobre hojuelas.
En la mano de Casado y Rivera está evitarlo. Más en la de Rivera, como he escrito tantas veces, pues la lógica política reclama esa prestación del partido bisagra, no del principal partido de la oposición, institucionalmente llamado a ejercer como alternativa. Ahí estamos atascados, porque Rivera se resiste a aceptar la posición intermedia en la que le han colocado los votantes.
Es la gobernabilidad, como condición necesaria de la estabilidad, lo que está en juego. Por razones de interés general, que son de mayor cuantía. Pero también por razones de partido. A Cs no le conviene en absoluto una repetición de las elecciones generales, que favorecería siempre al que gobierna y al que puede gobernar.
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