Abre julio sus postigos cuando media España es una caldera que cuece el hábitat y nos empobrece la vida. La otra media, que es afortunada y privilegiada, goza ya de su merecido descanso en la primera etapa vacacional que ocupa destinos y actividades para todos los gustos. La lectura ocupa, tal vez no lo suficiente, una de las dedicaciones más apropiadas en estos periodos de descanso. Como el de Dorita Estévez. Acomodó sus pies sobre el sofá de la confortable habitación del hotel al que había llegado el día anterior. Pensó que debería habituarse al mobiliario de la estancia, ya que ésta sería su casa durante los días de permanencia en la ciudad mediterránea.
Dorita sabía que allí pasaría largas horas en soledad, por lo que, al contrario de lo que había hecho en situaciones similares, se aprestó a llevar consigo su ipad, que ya entonces custodiaba un importante número de títulos literarios con los que podría aliviar sus larguísimos ratos de espera. Acabaría, intuyó, “Los enamoramientos”, y podría iniciar la lectura de algo más frívolo y relajante, que le hiciese más llevadera la permanencia durante horas en su eventual residencia.
Echó un par de ojeadas a la biblioteca de su dispositivo electrónico, y como no encontrara nada a primera vista que le llamara la atención para satisfacer sus iniciales deseos literarios, hurgó en su maleta y descubrió a Jane Eyre. Aunque hacía algunos años que durante su periodo almeriense había deleitado su insaciable afición lectora con la obra maestra de Charlotte Brontë, comenzó a recordar algunos capítulos y la curiosidad le llevó a engancharse, de nuevo, con el destino, el amor y las intrigas de la joven Eyre. Mi amiga Dorita disfrutó a lo grande con la relectura de esta obra maestra de la literatura victoriana, pero no solo por la intensa trama argumental, que la llevó, en ocasiones, a identificar numerosas situaciones con la vida real, sino porque, sin pretensión expresa, había recuperado el olor y la exclusiva textura del papel de aquel viejo ejemplar que llevaba consigo como si de un amuleto se tratara.
Ansiosa, Dorita contó aquella tarde a su íntima amiga, que no había podido acompañarle, la agradable vivencia experimentada con su novela. En el transcurso de la conversación ella relató algunos pormenores del trabajo que desarrollaba en la hemeroteca provincial y mostró a través de la webcam de su portátil una fotocopia de la portada del diario gerundense “Los Sitios”, fechada en diciembre de 1966. El titular rezaba: “Los estudiantes alemanes no necesitarán libros”, en tanto que el subtítulo expresaba: “Serán sustituidos por elementos automáticos”.
La información era de la desaparecida agencia Pyresa, que auguraba los libros electrónicos para 1974. La amiga, doctoranda entonces, indicó a Dorita que la noticia tenía 45 años, al tiempo que la retó a que preguntara en librerías y establecimientos por el número de libros electrónicos vendidos en los últimos años para que comprobara por sí misma la escasa aceptación de los mismos. Incrédula, Dorita pudo comprobar después la razón que asistía a su interlocutora. Se abrazó a su “Jane Eyre” y pensó que los libros, libros son, más aún en estos tiempos donde la supremacía de las tecnologías no siempre nos hace ser más felices.
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