La semántica por encima de la ética

He asistido desde una distancia prudencial, tal como Tolstoi describe al protagonista de su “Guerra y Paz” contemplando desde una loma la batalla de Borodino, a la refriega declarativa sucedida tras unas declaraciones del consejero de Salud, Jesús Aguirre, en las que al hablar de las opciones que la Junta de Andalucía ofrece a las mujeres embarazadas para evitar el aborto, se refirió a esta operación con el término “chupetón”, subrayándolo además con una especie de onomatopeya succionadora. Schuiiiips.  Ello provocó -no sabría decirles si la expresión coloquial o la interpretación fonética- la airada reacción de la ex presidenta socialista Susana Díaz, que, al igual que en las batallas antiguas, ha liderado una carga de dragonas contra el machismo intolerable que -en su opinión- suponían esas palabras y por el peso infame del heteropatriarcado, etcétera. Conviene precisar que lo que el Consejero estaba diciendo era que, antes de adoptar una decisión tan legal como irreversible, habría que "informar a la paciente",  "darle su tiempo", ofrecerle "información positiva" y proponerle escuchar el Sonicaid, el dispositivo que permite al médico y a la embarazada escuchar los latidos del feto. Estamos hablando de una vida y de los condicionantes éticos que su defensa tiene frente a los condicionantes que en ocasiones conducen a la decisión del aborto. El eterno e inabarcable debate sobre un asunto que ni puedo ni pretendo resolver ahora. Lo que sí me ha llamado la atención es que ante un tema susceptible de un análisis sosegado, las plataformas feministas de guardia hayan empezado a descargar sus contenidos habituales basándose en una definición que, podrá ser más o menos afortunada, pero que no es más que una hoja en el rábano de la cuestión de fondo. Comprobar que la semántica puede estar por encima de la ética retrata a la perfección el nivel de superficialidad en el que algunas y algunos se mueven y, lo que es peor, pretenden que nos movamos todos.