Desangramos al Planeta sin visos de remisión. La Amazonía vomita fuego. La biodiversidad está amenazada de muerte. La vida se nos va por las cloacas generadas por la propia existencia humana. Bajo este desamparo, nos sentimos alentados con la declaración gubernativa de la Cultura del Esparto “Manifestación Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial”. Se trata de una actividad que ha trascendido los sistemas productivos y del trabajo y que se ha adentrado en la esfera ideológica, según la argumentación utilizada por el Ministerio de Cultura para someter a la aprobación del Consejo de Ministros la referida declaración. La Cultura del esparto ha encontrado reflejo “en la toponimia, en las jergas profesionales, en los refranes, proverbios, dichos y demás manifestaciones del patrimonio cultural español”.
La buena nueva viaja a los escenarios de otros tiempos y a los entornos rurales en los que la recolección de especies vegetales conformaba una de las principales actividades productivas y de subsistencia. Aquellas tareas, cuasi artesanales, compartían brazos con las habituales labores campesinas que precisaban de una constante dedicación y entrega. Cualquier otra iniciativa en el ámbito rural era más una quimera que una realidad justa, querida y necesaria para quienes su ausencia les llevó al irreversible éxodo de la emigración en los decenios consecutivos a la posguerra española. Precisamente, el periodo en el que sucumbió la actividad económica del esparto, cuyo cultivo había constituido un factor importante para la economía mediterránea, en general, y para la de nuestra tierra, en particular, durante el siglo XIX y casi los dos primeros tercios del siglo pasado, hasta que la utilización de la fibra sintética catapultó la industria manufacturera espartera, vinculada al sector textil y al del papel.
Es aquí donde se nos desvelan las estampas de familias radicadas en los entornos rurales, aldeas y pueblos de nuestra provincia, en las que, al menos, uno de sus integrantes conocía y se dedicaba a laborar el esparto, una gramínea imprescindible para la atención de las tareas agrarias y domésticas. Durante mucho tiempo, cuando la climatología era adversa y los rebaños permanecían en los establos, los pastores empleaban su tiempo en cocer y picar el esparto, así como en la fabricación de numerosos enseres de uso casero y agro-ganadero. Es lo que sucedía en el cortijo del Barranco de la Carne, en la sierra que al norte resguarda Chirivel, donde el longevo maestro espartero Evaristo Egea acarició por vez primera aquellas hojas verdes que abrazaban la humedad para prolongar su vida. No era el único jovenzuelo que en la década de los años veinte y treinta del pasado siglo iniciaba tan estrecha relación con la planta que alfombraba los yermos pastizales de nuestras comarcas; su tio Pepe y numerosos huidos a consecuencia de la contienda dedicaron su tiempo de refugio a laborar el esparto. La relevancia de tan especializado oficio era tal que el progenitor de Evaristo contrató a un maestro espartero de Caravaca de la Cruz, quien le instruyó en la fabricación de esparteñas, aquel calzado cuasi de lujo que servía hasta para ir al altar y que, con posterioridad, mejoró sus suelas con el incipiente caucho de los primeros neumáticos que se desechaban. La tradición espartera es genética. El abuelo de Evaristo, Diego Rufino Egea Lajara, un visionario donde los hubiera, construyó junto a la Rambla del Arquillo, entre los municipios de Partaloa y Oria, un vetusto caserío que dotó de un complejo sistema de mazas para picar el esparto, lo que sirvió para bautizarlo como “Cortijo de las Mazas”, un activo centro manufacturero del esparto durante muchos años.
Está más que justificado, por lo tanto, que Evaristo Egea cuente con un alumno que se desplaza desde Albacete a Los Vélez para aprender los secretos del esparto, y otro se halla en lista de espera. Y ahora, cuando casi se pierde un saber y un conocimiento ancestral, la declaración de Patrimonio Cultural Inmaterial del esparto debe ser motivo de satisfacción colectiva. Pero más aún lo es contar, en nuestra tierra, con maestros esparteros como Evaristo Egea, acaso, uno de los pocos honorables y sabios hijos del esparto.
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